Ángelus del viernes 1 de noviembre de 1985

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Viernes 1 de noviembre de 1985
Solemnidad de Todos los Santos

1. En esta solemnidad de Todos los Santos nuestro pensamiento se dirige a la Jerusalén celestial, reino de la felicidad sin fin, y a la multitud innumerable que la puebla, elevando himnos incesantes de alabanza a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a la Virgen Santísima Reina del cielo, Reina de los Ángeles y de todos los Santos.

La sublime visión del Apocalipsis, propuesta hoy por la liturgia, abre una perspectiva sobre la patria definitiva y eterna, donde los Santos nos han precedido y hacia la que todos nos encaminamos.

2. A esta perspectiva final se dirigen constantemente las miradas y los pasos de la Iglesia.

El Concilio le ha dedicado una atención particular, haciendo de ella el momento culminante de sus reflexiones sobre el misterio de la Iglesia, analizándola en sí misma y en relación a los miembros que componen esta realidad espiritual y visible.

"La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste" (Lumen gentium, 48). Así comienza el capítulo de la Lumen gentium sobre la índole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial, un capítulo que, a la vez que evoca los "Novísimos" ―muerte, juicio, infierno, paraíso― pone muy de relieve la verdad de la renovación de todas las cosas, que ya ha comenzado con el misterio pascual de Jesucristo, y que está destinado a revelarse plenamente en los cielos nuevos y en la tierra nueva donde mora la justicia (cf. 2 Pe 3, 13).

3. El Vaticano II ha recordado también que la santidad, presente y operante ya en la fase terrena del camino eclesial, no es un privilegio de algunos, sino una llamada dirigida a todos los miembros del Pueblo de Dios, sin excepción alguna. Y ha invitado a todos ―obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos― en toda condición y situación humana a llevar a la práctica la gran llamada de Jesús: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Estas son las palabras del Concilio: "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad; y esta santidad suscita un nivel de vida más humano, incluso en la sociedad terrena" (Lumen gentium, 40).

Si la santidad, por una parte, es uno de los elementos constitutivos de la Iglesia, por otra, es la demostración concreta de la coherencia de los creyentes con la propia vocación. En esto, y no en otras cosas, hay que buscar la base de la auténtica renovación a la que todos estamos obligados en la presente época histórica.

La próxima Asamblea sinodal no dejará ciertamente de poner en justa evidencia estas apremiantes instancias, a la luz de las enseñanzas que se derivan de la experiencia de 20 años transcurridos desde el Concilio.

Que la Virgen Santísima, Reina de todos los Santos, bendiga desde ahora y acompañe este grave compromiso. Por esto oremos ahora juntos.

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