San Pedro y San Pablo

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ANGELUS

San Pedro y san Pablo, 29 de Junio 1999

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La Iglesia celebra hoy la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Es una gran fiesta para la ciudad de Roma, que los venera como sus patronos, porque estos dos heraldos del Evangelio derramaron aquí su sangre por Cristo.

En la basílica vaticana, sobre la tumba del Pescador de Galilea a quien Jesús encomendó su grey, he presidido esta mañana la santa misa, a la que asistió, en señal de fraternidad, una delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla.

Según una tradición antigua y muy significativa, en esta solemne celebración también han tomado parte los arzobispos metropolitanos, que he nombrado a lo largo del último año. Les he impuesto el «palio», insignia litúrgica que expresa comunión con la Sede y el Sucesor de Pedro. Los metropolitanos proceden de todo el mundo, y su presencia hoy en torno al Obispo de Roma manifiesta de modo elocuente la unidad católica de la Iglesia, extendida por todos los continentes.

Saludo y doy las gracias a los peregrinos que han acompañado a Roma a sus pastores para esta feliz circunstancia: los apóstoles san Pedro y san Pablo obtengan gracias abundantes para sus respectivas comunidades eclesiales.

2. Queridos hermanos y hermanas, he firmado hoy un documento, que se publicará mañana. Se trata de una Carta sobre la peregrinación a los santos lugares vinculados con la historia de la salvación. La cercanía del gran jubileo me ha sugerido proponer una reflexión relacionada con mi deseo de realizar personalmente, si Dios quiere, una especial peregrinación jubilar, deteniéndome en algunas localidades vinculadas con la historia salvífica y, sobre todo, con la encarnación del Verbo de Dios.

Quisiera subrayar el significado exclusivamente religioso y espiritual de esa peregrinación, a la que, por tanto, no pueden atribuirse otras interpretaciones. Visitar la antigua Ur de los caldeos, tierra de Abraham, o el monte Sinaí, símbolo del Éxodo y de la Alianza, y, sobre todo, Nazaret, Belén y Jerusalén, significa recorrer el camino de la revelación divina.

Es fuerte mi anhelo de ir a orar a esos lugares, donde el Dios vivo dejó su huella y que, en parte, ya visité en 1965, cuando era arzobispo de Cracovia. Volver allá como Papa peregrino, con ocasión del año 2000, es una intención que encomiendo al Señor y a la santísima Virgen, confiando también en vuestra oración.

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