Audiencia del 02 de junio de 1999
Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles
Miércoles 2 de junio de 1999
La muerte como encuentro con el Padre
1. Después de haber reflexionado sobre el destino común de la humanidad, tal como se realizará al final de los tiempos, hoy queremos dirigir nuestra atención a otro tema que nos atañe de cerca: el significado de la muerte. Actualmente resulta difícil hablar de la muerte porque la sociedad del bienestar tiende a apartar de sí esta realidad, cuyo solo pensamiento le produce angustia. En efecto, como afirma el Concilio, «ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen» (Gaudium et spes, 18). Pero sobre esta realidad la palabra de Dios, aunque de modo progresivo, nos brinda una luz que esclarece y consuela.
En el Antiguo Testamento las primeras indicaciones nos las ofrece la experiencia común de los mortales, todavía no iluminada por la esperanza de una vida feliz después de la muerte. Por lo general se pensaba que la existencia humana concluía en el «sheol», lugar de sombras, incompatible con la vida en plenitud. A este respecto son muy significativas las palabras del libro de Job: «¿No son pocos los días de mi existencia? Apártate de mí para que pueda gozar de un poco de consuelo, antes de que me vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombras, tierra de negrura y desorden, donde la claridad es como la oscuridad» (Jb 10, 20-22).
2. En esta visión dramática de la muerte se va abriendo camino lentamente la revelación de Dios, y la reflexión humana descubre un nuevo horizonte, que recibirá plena luz en el Nuevo Testamento.
Se comprende, ante todo, que, si la muerte es el enemigo inexorable del hombre, que trata de dominarlo y someterlo a su poder, Dios no puede haberla creado, pues no puede recrearse en la destrucción de los hombres (cf. Sb 1, 13). El proyecto originario de Dios era diverso, pero quedó alterado a causa del pecado cometido por el hombre bajo el influjo del demonio, como explica el libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre para la incorruptibilidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen» (Sb 2, 23-24). Esta concepción se refleja en las palabras de Jesús (cf. Jn 8, 44) y en ella se funda la enseñanza de san Pablo sobre la redención de Cristo, nuevo Adán (cf. Rm 5, 12.17; 1 Co 15, 21). Con su muerte y resurrección, Jesús venció el pecado y la muerte, que es su consecuencia.
3. A la luz de lo que Jesús realizó, se comprende la actitud de Dios Padre frente a la vida y la muerte de sus criaturas. Ya el salmista había intuido que Dios no puede abandonar a sus siervos fieles en el sepulcro, ni dejar que su santo experimente la corrupción (cf. Sal 16, 10). Isaías anuncia un futuro en el que Dios eliminará la muerte para siempre, enjugando «las lágrimas de todos los rostros» (Is 25, 8) y resucitando a los muertos para una vida nueva: «Revivirán tus muertos; tus cadáveres resurgirán. Despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra parirá sombras» (Is 26, 19). Así, en vez de la muerte como realidad que acaba con todos los seres vivos, se impone la imagen de la tierra que, como madre, se dispone al parto de un nuevo ser vivo y da a luz al justo destinado a vivir en Dios. Por esto, «aunque los justos, a juicio de los hombres, sufran castigos, su esperanza está llena de inmortalidad» (Sb 3, 4).
La esperanza de la resurrección es afirmada magníficamente en el segundo libro de los Macabeos por siete hermanos y su madre en el momento de sufrir el martirio. Uno de ellos declara: «Por don del cielo poseo estos miembros; por sus leyes los desdeño y de él espero recibirlos de nuevo» (2 M 7, 11). Otro, «ya en agonía, dice: es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él» (2 M 7, 14). Heroicamente, su madre los anima a afrontar la muerte con esta esperanza (cf. 2 M 7, 29).
4. Ya en la perspectiva del Antiguo Testamento los profetas exhortaban a esperar «el día del Señor» con rectitud, pues de lo contrario sería «tinieblas y no luz» (cf. Am 5, 18.20). En la revelación plena del Nuevo Testamento se subraya que todos serán sometidos a juicio (cf. 1 P 4, 5; Rm 14, 10). Pero ante ese juicio los justos no deberán temer, dado que, en cuanto elegidos, están destinados a recibir la herencia prometida; serán colocados a la diestra de Cristo, que los llamará «benditos de mi Padre» (Mt 25, 34; cf. 22, 14; 24, 22. 24).
La muerte que el creyente experimenta como miembro del Cuerpo místico abre el camino hacia el Padre, que nos demostró su amor en la muerte de Cristo, «víctima de propiciación por nuestros pecados» (cf. 1 Jn 4, 10; cf. Rm 5, 7). Como reafirma el Catecismo de la Iglesia católica, la muerte, «para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor, para poder participar también en su resurrección» (n. 1006). Jesús «nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre» (Ap 1, 5-6). Ciertamente, es preciso pasar por la muerte, pero ya con la certeza de que nos encontraremos con el Padre cuando «este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad» (1 Co 15, 54). Entonces se verá claramente que «la muerte ha sido devorada en la victoria» (1 Co 15, 54) y se la podrá afrontar con una actitud de desafío, sin miedo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Co 15, 55).
Precisamente por esta visión cristiana de la muerte, san Francisco de Asís pudo exclamar en el Cántico de las criaturas: «Alabado seas, Señor mío, por nuestra hermana la muerte corporal» (Fuentes franciscanas, 263). Frente a esta consoladora perspectiva, se comprende la bienaventuranza anunciada en el libro del Apocalipsis, casi como coronación de las bienaventuranzas evangélicas: «Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí -dice el Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus obras los acompañan» (Ap 14, 13).
Saludos
Saludo cordialmente a las religiosas de María Inmaculada, que están celebrando en Roma su capítulo general. Os animo a seguir trabajando con generosidad y entrega en vuestra misión, fieles al carisma de santa Vicenta María López. Saludo también a los peregrinos venidos de España, México, Argentina, Chile y demás países latinoamericanos. Que la próxima festividad del «Corpus Christi» os ayude a vivir con gozo la presencia de Jesucristo entre nosotros. Con esta esperanza os bendigo de corazón.
(En portugués)
En esta semana consagrada a la verdad de Cristo presente en el Santísimo Sacramento del altar, el Papa invita a todos a que se unan a su celebración eucarística, a fin de pedir por la paz y la concordia entre todos los pueblos.
(En lituano)
Vuestra peregrinación romana y este encuentro, que ofrece una imagen más clara de la unidad en la fe, os lleve a redescubrir la presencia real de Cristo en la Iglesia y la vida de oración, y al mismo tiempo os anime a vivir la libertad de los hijos de Dios.
(En checo)
La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que celebraremos mañana, nos pone ante la Eucaristía como signo de unidad y de caridad. Vuestra fe debe ser una ocasión para testimoniar a cuantos están cerca de vosotros el amor de Dios, del que la Eucaristía es un signo evidente.
(A los peregrinos croatas)
El Hijo, en el que el Padre se complació, bajó a la tierra a fin de que el hombre pueda subir con él al cielo, donde, junto con el Padre, nos ha preparado un lugar. Este i.misterio de santificación y de amorlf es isuna gracia que se nos ha dado... desde la eternidadli y nos revela el vínculo inseparable entre Dios y el hombre.
(En italiano)
Dirijo ahora un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. En primer lugar, a los participantes en el curso para formadores y formadoras en la vida consagrada, organizado por la Facultad pontificia de ciencias de la educación «Auxilium». Sé que procedéis de trece países y que pertenecéis a varios institutos religiosos. Deseo de corazón que esta útil experiencia comunitaria os enriquezca espiritualmente y os ayude a ser testigos auténticos del Evangelio, en la importante misión de formadores y formadoras de la juventud, llamada al servicio de Cristo y de la Iglesia. Saludo, también, a las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, que hoy inician el capítulo general. Os aseguro mi oración para que, de acuerdo con el espíritu del fundador, os comprometáis con nuevo impulso caritativo y misionero en la obra evangelizadora, en el umbral del tercer milenio cristiano.
Hemos comenzado el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, que nos evoca el misterio de amor divino por la humanidad.
Con este pensamiento os saludo a vosotros, queridos jóvenes aquí presentes. Deseo que os preparéis en la escuela del Corazón de Cristo, para afrontar con seriedad y empeño las responsabilidades que os esperan.
Os doy una afectuosa bienvenida a vosotros, queridísimos hermanos enfermos, y os agradezco el ejemplo que dais, aceptando cumplir la voluntad de Dios, uniéndoos al sacrificio de amor del Crucificado.
Asimismo, me complace manifestar mi felicitación y mis mejores deseos a los recién casados. Queridísimos hermanos, os deseo que seáis muy felices en la fidelidad diaria al amor de Dios, del que vuestro amor conyugal debe dar testimonio.
Os pido a todos vosotros, queridos peregrinos italianos, que me acompañéis con vuestra oración en la peregrinación a Polonia, que, si Dios quiere, comenzaré el próximo sábado. Os suplico que roguéis a fin de que este viaje, el más largo realizado a mi patria, produzca los frutos espirituales esperados.
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Llamamiento en favor de la paz en Colombia
Continúan llegando tristes noticias de Colombia, donde el domingo pasado, en la iglesia de la Transfiguración de la ciudad de Cali, un grupo armado interrumpió de forma sacrílega la celebración de la santa misa y secuestró a numerosas personas, entre ellas al sacerdote. Ya en el pasado han tenido lugar actos semejantes en zonas del interior del país, como El Piñón (Magdalena), y asesinatos de personal religioso.
Ante hechos de tal magnitud, renuevo mi urgente llamado a la pacificación, respetando los derechos de las personas y comprometiéndose en un diálogo que aporte la deseada solución a la grave crisis. Acompaño este deseo con un recuerdo en mis oraciones para que Dios conceda la paz a Colombia.