Audiencia general del 12 de noviembre de 1986
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 12 de noviembre de 198
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El pecado como alienación del hombre
1. Las consideraciones sobre el pecado desarrolladas en este ciclo de nuestras catequesis, nos obligan a volver siempre a ese primer pecado del que se habla en Gén 3. San Pablo se refiere a él como a la "desobediencia" del primer Adán (cf. Rom 5, 19), en conexión directa con esa transgresión del mandamiento del Creador concerniente al "árbol de la ciencia del bien y del mal". Aunque una lectura superficial del texto puede dar la impresión de que la prohibición se refería a una cosa irrelevante ("no debéis comer del fruto del árbol"), quien hace un análisis de él más profundo se convence con facilidad de que el contenido aparentemente irrelevante de la prohibición simboliza una cuestión totalmente fundamental. Y esto aparece en las palabras del tentador quien, para persuadir al hombre a que actúe contra la prohibición del Creador, lo anima con esta instigación: "Cuando comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal" (Gén 3, 5).
2. A la luz de este hay que entender, según parece, que ese árbol de la ciencia y la prohibición de comer sus frutos tenían el fin de recordar al hombre que no es "como Dios": ¡es sólo una criatura! Sí, una criatura particularmente perfecta porque está hecha a "imagen y semejanza de Dios", y con todo, siempre y sólo una criatura. Esta era la verdad fundamental del ser humano. El mandamiento que el hombre recibió al principio incluía esta verdad expresada en forma de advertencia: Recuerda que eres una criatura llamada a la amistad con Dios y sólo Él es tu Creador: "¡No quieras ser lo que no eres! No quieras ser "como Dios". Obra según lo que eres, tanto más cuanto que ésta es ya una medida muy alta: la medida de la "imagen y semejanza de Dios". Esta te distingue entre las criaturas del mundo visible, te coloca sobre ellas. Pero al mismo tiempo la medida de la imagen y semejanza de Dios te obliga a obrar en conformidad con lo que eres. Sé pues fiel a la Alianza que Dios-Creador ha hecho contigo, criatura, desde el principio.
3. Precisamente esta verdad, y por consiguiente el principio primordial de comportamiento del hombre, no sólo ha sido puesto en duda por las palabras del tentador referidas en Gén 3, sino que además ha sido radicalmente "contestado". Al pronunciar esas palabras tentadoras, la "antigua serpiente", tal como le llama el Apocalipsis (Ap 12, 9), formula por primera vez un criterio de interpretación al que recurrirá luego el hombre pecador muchas veces intentando afirmarse a sí mismo e incluso crearse una ética sin Dios: es decir, el criterio según el cual Dios es "alienante" para el hombre, de modo que si éste quiere ser él mismo, ha de acabar con Dios (cf., por ejemplo, Feuerbach, Marx, Nietzsche).
4. La palabra "alienación" presenta diversos matices de significado. En todos los casos indica la "usurpación" de algo que es propiedad de otro. ¡El tentador de Gén 3 dice por primera vez que el Creador ha "usurpado" lo que pertenece al hombre-criatura!. Atributo del hombre sería pues el "ser como Dios" lo cual tendría que significar la exclusión de toda dependencia de Dios. De este presupuesto metafísico deriva lógicamente el rechazo de toda religión como incompatible con lo que el hombre es. De hecho, las filosofías ateas (o anti-teístas) sostienen que la religión es una forma fundamental de alienación mediante la cual el hombre se priva o se deja expropiar de lo que le pertenece exclusivamente a su ser humano. Incluso al crearse una idea de Dios, el hombre se aliena a sí mismo, porque renuncia, en favor de ese Ser perfecto y feliz imaginado por él, a lo que es originaria y principalmente propiedad suya. La religión a su vez acentúa, conserva y alimenta este estado de auto-desposesión en favor de un Dios de creación "idealista" y por eso es uno de los principales coeficientes de la "expropiación" del hombre, de su dignidad, de sus derechos.
5. Sobre esta falsa teoría, tan contraria a los datos de la historia y a los datos de la psicología religiosa, quisiera hacer notar aquí que presenta varias analogías con la narración bíblica de la tentación y de la caída. Es significativo que el tentador ("la antigua serpiente") de Gén 3, no ponga en duda la existencia de Dios, y ni siquiera niegue directamente la realidad de la creación; es verdad que en ese momento histórico eran para el hombre hasta demasiado obvias. Pero, a pesar de ello, el tentador -en la propia experiencia de criatura rebelde por decisión libre- intenta meter en la conciencia del hombre ya "al principio", casi en "germen", lo que constituye el núcleo de la ideología de la "alienación". Y con ello opera una radical inversión de la verdad sobre la creación en su esencia más profunda. En lugar del Dios que dona generosamente al mundo la existencia, del Dios-Creador, en las palabras del tentador, en Gén 3, se presenta a un Dios "usurpador" y "enemigo" de la creación, y especialmente del hombre. En realidad el hombre es precisamente el destinatario de una particular dádiva divina, al haber sido creado "a imagen y semejanza de Dios". De este modo la verdad es excluida por la no-verdad; es cambiada en mentira, porque queda manipulada por el "padre de la mentira", tal como el Evangelio llama al que ha obrado esta falsificación al "principio" de la historia humana: "El es homicida desde el principio... porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de los suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44).
6. Al buscar la fuente de esta "mentira", que se encuentra al principio de la historia como raíz del pecado en el mundo de los seres creados y dotados de la libertad a imagen del Creador, vienen nuevamente a la memoria las palabras del gran Agustín: "Amor sui usque ad contemptum Dei" (De Civitate Dei, XIV, 28: PL 41, 438). La mentira primordial tiene su fuente en el odio, que lleva al desprecio de Dios: contemptus Dei. Esta es la medida de negatividad moral que se ha reflejado en el primer pecado del hombre. Esto hace comprender mejor lo que San Pablo enseña cuando califica el pecado de Adán como "desobediencia" (cf. Rom 5, 19). El Apóstol no habla de odio directo a Dios, sino de "desobediencia", de oposición a la voluntad del Creador. Este será el carácter principal del primer pecado de la historia del hombre. Bajo el peso de esta herencia la voluntad del hombre debilitada e inclinada hacia el mal, estará permanentemente expuesta a la influencia del "padre de la mentira". Esto se constata en las distintas épocas de la historia. Lo atestiguan en nuestros tiempos los varios modos de negación de Dios, desde el agnosticismo al ateísmo e incluso antiteísmo. De diversos modos se inscribe en ellas la idea del carácter "alienante" de la religión y de la moral que encuentra en la religión la propia raíz, precisamente tal como había sugerido al principio el "padre de la mentira".
7. Pero si se quiere mirar la realidad sin prejuicios y llamar a las cosas por su nombre, hemos de decir francamente que a la luz de la Revelación y la fe, hay que dar la vuelta a la teoría de la alienación. ¡Lo que lleva a la alienación del hombre es precisamente el pecado, es únicamente el pecado! Es precisamente el pecado el que desde el "principio" hace que el hombre esté en cierto modo "desheredado" de su propia humanidad. El pecado "quita" al hombre, de diversos modos, lo que decide su verdadera dignidad: la de imagen y semejanza de Dios. ¡Cada pecado en cierto modo "reduce" esta dignidad! Cuanto más "esclavo del pecado se hace el hombre" (Jn 8, 34), tanto menos goza de la libertad de los hijos de Dios. Deja de ser dueño de sí, tal como exigiría la estructura misma de su ser persona, es decir, de criatura racional, libre, responsable.
La Sagrada Escritura subraya con eficacia este concepto de alienación, mostrando una triple dimensión: la alienación del pecador de sí mismo (cf. Sal 57/58, 4: "alienati sunt peccatores ab utero"), de Dios (cf. Ez 14, 7: "[qui] alienatus fuerit a me"; Ef 4, 18: "alienati a vita Dei"), de la comunidad (cf. Ef 2, 12: "alienati a conversatione Israel").
8. El pecado es por lo tanto no sólo "contra" Dios, sino también contra el hombre. Tal como enseña el Concilio Vaticano II: "El pecado merma al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud" (Gaudium et spes, 13). Es ésta una verdad que no necesita probarse con elaboradas argumentaciones. Basta simplemente constatarla. Por lo demás, ¿no ofrecen quizá elocuente confirmación de ello tantas obras de la literatura, del cine, del teatro? En ellas el hombre aparece debilitado, confundido, privado de un centro interior, enfurecido contra sí y contra los otros, dominado por no-valores, esperando a alguien que nunca llega, casi con la experiencia del hecho de que, una vez perdido el contacto con el Absoluto, acaba perdiéndose a sí mismo.
Por eso es suficiente referirse a la experiencia, tanto a la interior como a la histórico-social en sus distintas formas, para convencerse de que el pecado es una enorme "fuerza destructora": destruye con virulencia engañosa e inexorable el bien de la convivencia entre los hombres y las sociedades humanas. Precisamente por eso se puede hablar justamente del "pecado social" (cf. Reconciliatio et paenitentia, 16). Pero dado que en la base de la dimensión social del pecado se encuentra siempre el pecado personal, hace falta sobre todo poner de relieve, lo que el pecado destruye en cada hombre, su sujeto y artífice, considerado en su concreción de persona.
9. A este propósito merece citarse una observación de Santo Tomás de Aquino, según el cual, del mismo modo que en cada acto moralmente bueno el hombre como tal se hace mejor, así también en cada acto moralmente malo el hombre como tal se hace peor (cf. I-II q.55, a. 3; q. 63, a. 2). El pecado, pues, destruye en el hombre ese bien que es esencialmente humano, en cierto sentido "quita" al hombre ese bien que le es propio, "usurpa" al hombre a sí mismo. En este sentido, "quien comete pecado es esclavo del pecado", como afirma Jesús en el Evangelio de Juan (Jn 8, 34). Esto es precisamente lo que está contenido en el concepto de "alienación". El pecado, pues, es la verdadera "alienación" del ser humano racional y libre. Al ser racional compete tender a la verdad y existir en la verdad. En lugar de la verdad sobre el bien, el pecado introduce la no verdad: el verdadero bien es eliminado por el pecado en favor de un bien "aparente", que no es un bien verdadero, habiendo sido eliminado el verdadero bien en favor del "falso".
La alienación que acontece con el pecado toca la esfera cognoscitiva, pero a través de la conciencia afecta a la voluntad. Y lo que entonces sucede en el terreno de la voluntad, lo ha expresado quizá del modo más exacto San Pablo al escribir: "El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. ¡Desgraciado de mí! (Rom 7, 19-20. 21. 24).
10. Como vemos, la real "alienación" del hombre -la alienación de un ser hecho a imagen de Dios, racional y libre- no es más que "la esclavitud del pecado" (Rom 3, 9). Y este aspecto del pecado lo pone de relieve con toda fuerza la Sagrada Escritura. El pecado es no sólo "contra" Dios, es al mismo tiempo "contra" el hombre.
Ahora bien, si es verdad que el pecado implica según su misma lógica y según la Revelación, castigos adecuados, el primero de estos castigos es el pecado mismo. ¡Mediante el pecado el hombre se castiga a sí mismo! En el pecado está ya inmanente el castigo, alguno se atreve a decir: ¡Está ya el infierno, como privación de Dios!
"¿Pero me ofenden a mí -pregunta Dios por medio del Profeta Jeremías-, no es más bien a ellos para su vergüenza?" (Jer 7, 19). "Sírvante de castigo tus perversidades, y de escarmiento tus apostasías" (Jer 2, 19). Y el Profeta Isaías lamenta: "Nos marchitamos como hojas todos nosotros, y nuestras iniquidades como viento nos arrastran... Has ocultado tu rostro de nosotros y nos has entregado a nuestras iniquidades" (Is 64, 5-6).
11. Precisamente este "entregarse (o auto-entregarse) del hombre a sus iniquidades" explica del modo más elocuente el significado del pecado como alienación del hombre. Sin embargo, el mal no es completo o al menos es remediable, mientras el hombre es consciente de ello, mientras conserva el sentido del pecado. Pero cuando falta también esto, es prácticamente inevitable la caída total de los valores morales y se hace terriblemente amenazador el riesgo de la perdición definitiva. Por eso, hemos de recordar siempre y meditar con gran atención estas graves palabras de Pío XII (una expresión que se ha hecho casi proverbial): "El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado" (cf. Discorsi e Radiomessaggi, VIII, 1946, 288).
Saludos
Amados hermanos y hermanas:
Deseo ahora presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta audiencia. Vaya mi saludo fraterno, en primer lugar, al Señor Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo de México, al que acompaña una nutrida peregrinación de su Arquidiócesis a su regreso de Tierra Santa. También de México están presentes un grupo de colaboradores de Cáritas diocesana de San Juan de Lagos y fieles de la Diócesis de Querétaro.
Me es grato igualmente dar la bienvenida a este encuentro a los Obispos del Sur de España y de las Islas Canarias que se encuentran en Roma con motivo de su visita “ad limina”. Están también presentes numerosos peregrinos de la Archidiócesis de Sevilla y de la Diócesis de Jerez de la Frontera, a quienes saludo con todo afecto.
Asimismo saludo a las Religiosas Franciscanas de la Madre del Divino Pastor que se encuentran en Roma haciendo un curso de renovación espiritual, y a las Religiosas Carmelitas Misioneras. Os aliento en vuestra generosa entrega al servicio de Dios y de la Iglesia.
A todas las personas, familias y grupos procedentes de España y de los diversos países de América Latina imparto mi bendición apostólica.
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