Conferncia episcopal de Burundi, 1999

Autor: Juan Pablo II

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA
EPISCOPAL DE BURUNDI

    

A monseñor SIMON NTAMWANA
Arzobispo de Gitega
Presidente de la Conferencia episcopal de Burundi

Mientras la Iglesia que está en Burundi celebra con alegría la Asunción de la Virgen María con una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de la Paz, en Mugera, me alegra saludar cordialmente a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y fieles todos de ese amado país, que ha pasado por tantas pruebas, pero que jamás ha renunciado a vivir con esperanza.

Presente con mi corazón en ese lugar donde se manifiesta la fe de vuestro pueblo, uno mi oración a la vuestra para que el Señor guíe a todos los hijos de la nación por los caminos de la concordia y la reconciliación. Animo vivamente a los hombres de buena voluntad a proseguir con valentía y abnegación sus esfuerzos para llegar a esa paz tan deseada. Dirijo con fuerza a los beligerantes y a todos los responsables del país un nuevo llamamiento a superar sus intereses propios para que, con renovado ardor, se pongan al servicio del bien común de los burundeses, quienes, desde hace tanto tiempo, están pasando por numerosas pruebas y privaciones, y aspiran a vivir con dignidad y seguridad.

Pero sólo en el corazón de los hombres se puede construir una paz auténtica. Esta exigente tarea se confía, de modo muy particular, a los cristianos: ellos han recibido la misión de testimoniar que Cristo vino al mundo a traer el amor del Padre. Por tanto, los exhorto a una verdadera conversión interior, oponiéndose decididamente a recurrir a la venganza como un medio para restablecer la justicia. En efecto, la búsqueda de la paz requiere, por parte de todos, un esfuerzo sincero y una voluntad decidida a cambiar de vida, aunque a menudo esto sea difícil y obligue a ir contra la corriente de las ideas recibidas y de algunas tradiciones. Al acoger la gracia de la reconciliación, ante todo en su propia familia, los cristianos están llamados a construir la civilización del amor, que es la única garantía para establecer una sociedad más justa y una paz duradera.

La fiesta de la Asunción de María nos invita a volver nuestra mirada hacia esta Madre santísima, que guía y sostiene la esperanza del pueblo de Dios aún en camino (cf. Prefacio de la misa de la Asunción). Que ella sea para todos los burundeses un modelo de vida entregada totalmente a Dios y al prójimo, con un corazón generoso y amable. ¡Quiera Dios que todos encuentren en ella una fuente viva de ternura, de paz y de confianza, que les ayude a perseverar en sus esfuerzos por construir un Burundi cada vez más fraterno y solidario!

En este día de fiesta en que usted, monseñor, celebra las bodas de plata de su ordenación sacerdotal, y tiene la alegría de conferir la ordenación a numerosos ministros, sacerdotes y diáconos, signo de gran esperanza para la Iglesia tan probada de su país, invoco la protección materna de Nuestra Señora de la Paz sobre todos los habitantes de Burundi, y le imparto a usted, así como al señor cardenal Ersilio Tonini, de visita en su país, al señor nuncio apostólico, a los obispos, al clero y a todos los fieles de Burundi, una afectuosa bendición apostólica.

Vaticano, 4 de agosto de 1999