Encuentro con la comunidad católica de Chipre, 5 junio 2010, Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD CATÓLICA DE CHIPRE

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Colegio Maronita - Nicosia
Sábado 5 de junio de 2010  

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Es para mí una gran alegría estar con vosotros, representantes de la comunidad católica de Chipre.

Agradezco al Arzobispo Soueif sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos vosotros y, de modo particular, agradezco a los niños su preciosa representación.  Saludo a Su Beatitud el Patriarca Fouad Twal, y también, en la persona de Padre Pizzaballa, aquí presente, expreso mi reconocimiento a la labor grande y paciente de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

En esta ocasión histórica de la primera visita del Obispo de Roma a Chipre, vengo para confirmaros en la fe en Jesucristo y para animaros a permanecer fieles a la tradición apostólica, con un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4, 32). Como Sucesor de Pedro, me encuentro entre vosotros para aseguraros mi apoyo, mi oración afectuosa y mi aliento.

Acabamos de escuchar en el Evangelio de Juan cómo algunos griegos, que habían oído hablar de las grandes obras que Jesús había realizado, se acercaron al Apóstol Felipe y le dijeron: “Quisiéramos ver a Jesús” (cf. Jn 12, 21). Estas palabras llegan hasta lo más profundo de nuestro corazón. Como los hombres y mujeres del Evangelio, también nosotros queremos ver a Jesús, conocerlo, amarlo y servirlo con “un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4, 32).

Además, al igual que en el Evangelio de hoy la voz venida del cielo da testimonio de la gloria del nombre de Dios, también la Iglesia proclama su nombre, no sólo en beneficio propio, sino en favor de toda la humanidad (cf. Jn 12, 30). También vosotros, que seguís a Cristo hoy, estáis llamados a vivir vuestra fe en el mundo promoviendo, de palabra y de obra, los valores del Evangelio, que os han entregado generaciones de cristianos chipriotas. Estos valores, profundamente enraizados en vuestra cultura así como en el patrimonio de la Iglesia universal, deben seguir inspirando vuestros esfuerzos por la paz, la justicia y el respeto de la vida humana y la dignidad de vuestros conciudadanos. De esta manera, vuestra fidelidad al Evangelio redundará en favor de toda la sociedad chipriota.

Queridos hermanos y hermanas, dada vuestra particular situación, me gustaría destacar una parte esencial de la vida y misión de nuestra Iglesia, me refiero a la búsqueda de una mayor unidad en la caridad con los demás cristianos y al diálogo con los no cristianos. Desde el Concilio Vaticano II especialmente, la Iglesia se ha comprometido a avanzar en el camino de un entendimiento cada vez mayor con nuestros hermanos cristianos para fortalecer los lazos de amor y respeto entre todos los bautizados. Teniendo en cuenta vuestras circunstancias, estáis en condiciones de contribuir de un modo concreto en vuestra vida diaria a la mayor unidad de los cristianos. Os animo a que lo hagáis, con la confianza de que el Espíritu del Señor, que ha pedido que sus discípulos sean uno (cf. Jn 17, 21), estará a vuestro lado en esta importante tarea.

Todavía hay mucho que hacer, en todas las partes del mundo, en el diálogo interreligioso. En este ámbito, los católicos de Chipre se encuentran frecuentemente con oportunidades para una adecuada y prudente actuación. Sólo una labor paciente puede edificar la confianza mutua, superar el peso de la historia y convertir las diferencias políticas y culturales entre los pueblos en motivo para procurar un mayor entendimiento. Os exhorto encarecidamente a intentar crear esa confianza mutua entre cristianos y no cristianos, como fundamento para construir una paz y concordia duradera entre pueblos con diferencias religiosas, políticas y culturales.

Queridos amigos, me gustaría que no perdieseis nunca de vista la profunda comunión que os une entre vosotros y a la Iglesia católica extendida por toda la tierra. Y por lo que se refiere a las necesidades más inmediatas de la Iglesia, os animo a pedir y a promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. En este Año Sacerdotal que está a punto de terminar, la Iglesia se ha concienciado nuevamente de la necesidad de sacerdotes buenos, santos y bien preparados. Necesita religiosos y religiosas completamente comprometidos con Cristo y con la propagación del reino de Dios en la tierra. Nuestro Señor ha prometido que los que den su vida como Él lo hizo, la guardarán para la vida eterna (cf. Jn 12, 25). Pido a los padres que consideren esta promesa y animen a sus hijos a responder generosamente a la llamada del Señor. Exhorto a los pastores a que se preocupen de los jóvenes, de sus deseos y aspiraciones, y a que los formen en una fe plena.

Permitidme que en este colegio católico dirija unas palabras a todos los que trabajan en las escuelas católicas de la isla, especialmente a los maestros. Vuestro trabajo forma parte de una larga y valiosa tradición de la Iglesia católica en Chipre. Continuad pacientemente al servicio de toda la comunidad, esforzándoos por conseguir una educación excelente. Que el Señor os bendiga abundantemente ya que tenéis confiada la sagrada tarea de la formación de vuestros hijos, que son el don más precioso que Dios todopoderoso os ha dado.

Y ahora me dirijo especialmente a vosotros, queridos jóvenes de Chipre. ¡Sed fuertes en la fe, alegres en el servicio de Dios y generosos con vuestro tiempo y vuestros talentos! Ayudad a construir un futuro mejor para la Iglesia y para vuestro país, poniendo el bien de los demás por encima de vuestro propio bien.

Queridos católicos de Chipre, cultivad la concordia en comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, y estrechad vuestros vínculos fraternos con los demás en la fe, la esperanza y el amor.

De manera especial, deseo transmitir este mensaje a quienes han venido de Kormakiti, Asomatos, Karpasha y Agia Marina. Conozco vuestros anhelos y sufrimientos, y os pido que llevéis mi bendición, mi cercanía y mi afecto a los provenientes de vuestras ciudades, donde los cristianos son un pueblo de esperanza. Por mi parte, deseo fervientemente y rezo para que, contando con la buena voluntad de todos, se pueda asegurar cuanto antes un vida mejor a los habitantes de la isla.

Con estas breves palabras confío a cada uno de vosotros a la protección de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión de los santos Pablo y Bernabé. Que Dios os bendiga.

 

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