Palabras al final del rezo del rosario en el santuario mariano de Pompeya, 19 octubre 2008 - Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

VISITA PASTORAL
AL PONTIFICIO SANTUARIO DE POMPEYA

REZO DEL SANTO ROSARIO

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Pontificio Santuario de Pompeya
Domingo 19 de octubre de 2008

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos religiosos y religiosas;
queridos hermanos y hermanas:

Antes de entrar en el santuario para rezar junto con vosotros el santo rosario, me detuve brevemente ante la urna del beato Bartolo Longo y rezando me pregunté: "Este gran apóstol de María, ¿de dónde sacó la energía y la constancia necesarias para llevar a cabo una obra tan imponente, conocida ya en todo el mundo? ¿No es precisamente del rosario, acogido por él como un verdadero don del corazón de la Virgen?".

Sí, así fue exactamente. Lo atestigua la experiencia de los santos: esta popular oración mariana es un medio espiritual valioso para crecer en la intimidad con Jesús y para aprender, en la escuela de la Virgen santísima, a cumplir siempre la voluntad de Dios. Es contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con María, como subrayaba el siervo de Dios Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus (n. 46), y como después mi venerado predecesor Juan Pablo II ilustró ampliamente en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, que hoy vuelvo a entregar idealmente a la comunidad de Pompeya y a cada uno de vosotros.

Todos vosotros, que vivís y trabajáis aquí en Pompeya, especialmente vosotros, queridos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos comprometidos en esta singular porción de la Iglesia, estáis llamados a hacer vuestro el carisma del beato Bartolo Longo y a llegar a ser, en la medida y del modo que Dios concede a cada uno, auténticos apóstoles del rosario.

Pero para ser apóstoles del rosario, es necesario experimentar personalmente la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano por la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro gozoso, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María y juntamente con ella, conserva y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos y se configura con él.

Al respecto, me complace citar una hermosa consideración del beato Bartolo Longo:
"Como dos amigos —escribe—, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los misterios del rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto" (I Quindici Sabati del Santissimo Rosario, 27ª ed., Pompeya 1916, p. 27; citado en Rosarium Virginis Mariae, 15).

El rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta. De forma análoga a lo que sucede con los Salmos cuando se reza la liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón.

Así, al rezar las avemarías es necesario poner atención para que nuestras voces no "cubran" la de Dios, el cual siempre habla a través del silencio, como "el susurro de una brisa suave" (1 R 19, 12). ¡Qué importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo personal como en el comunitario! También cuando lo rezan, como hoy, grandes asambleas y como hacéis cada día en este santuario, es necesario que se perciba el rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.

Quiero añadir otra reflexión, relativa a la Palabra de Dios en el rosario, particularmente oportuna en este período en que se está llevando a cabo en el Vaticano el Sínodo de los obispos sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Si la contemplación cristiana no puede prescindir de la Palabra de Dios, también el rosario, para que sea oración contemplativa, debe brotar siempre del silencio del corazón como respuesta a la Palabra, según el modelo de la oración de María. Bien mirado, el rosario está todo él entretejido de elementos tomados de la Sagrada Escritura. Está, ante todo, la enunciación del misterio, hecha preferiblemente, como hoy, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el padrenuestro: al dar a la oración una orientación "vertical", abre el alma de quien reza el rosario a una correcta actitud filial, según la invitación del Señor: "Cuando oréis decid: Padre..." (Lc 11, 2). La primera parte del avemaría, tomada también del Evangelio, nos hace volver a escuchar cada vez las palabras con que Dios se dirigió a la Virgen mediante el ángel, y las palabras de bendición de su prima Isabel. La segunda parte del avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a su Madre, no hacen sino expresar su propia adhesión al plan salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.

Por último, recordando que hoy celebramos la Jornada mundial de las misiones, quiero aludir a la dimensión apostólica del rosario, una dimensión que el beato Bartolo Longo vivió intensamente inspirándose en ella para realizar en esta tierra tantas obras de caridad y de promoción humana y social. Además, quiso que este santuario se abriera al mundo entero, como centro de irradiación de la oración del rosario y lugar de intercesión por la paz entre los pueblos. Queridos amigos, deseo confirmar y confiar nuevamente a vuestro compromiso espiritual y pastoral ambas finalidades: el apostolado de la caridad y la oración por la paz. A ejemplo y con el apoyo de vuestro venerado fundador, no os canséis de trabajar con pasión en esta parte de la viña del Señor por la que la Virgen ha mostrado predilección.

Queridos hermanos y hermanas, ha llegado el momento de despedirme de vosotros y de este hermoso santuario. Os agradezco la cordial acogida y sobre todo vuestras oraciones. Expreso mi agradecimiento al arzobispo prelado y delegado pontificio, a sus colaboradores y a todos los que han trabajado para preparar de la mejor manera mi visita. Debo dejaros, pero mi corazón sigue cercano a esta tierra y a esta comunidad. Os encomiendo a todos a la Bienaventurada Virgen del Santo Rosario, e imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica.

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