Tel Aviv, Ceremonia de despedida, 15 mayo 2009, Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

PEREGRINACIÓN
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A TIERRA SANTA
(8-15 DE MAYO DE 2009)

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Aeropuerto Internacional Ben Gurión de Tel Aviv
Viernes 15 de mayo de 2009

Señor presidente;
señor primer ministro;
excelencias;
señoras y señores:

Al disponerme a regresar a Roma, quiero compartir con vosotros algunas de las fuertes impresiones que me ha dejado mi peregrinación a Tierra Santa. He mantenido fecundas conversaciones con las autoridades civiles tanto en Israel como en los Territorios palestinos, y he sido testigo de los grandes esfuerzos que ambos gobiernos están haciendo para asegurar el bienestar de las personas. He mantenido encuentros con los líderes de la Iglesia católica en Tierra Santa, y me alegra ver la manera en que están colaborando en su solicitud por el rebaño del Señor. Además, he tenido la oportunidad de encontrarme con los líderes de varias Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, así como con los líderes de otras religiones en Tierra Santa. Esta tierra es realmente un terreno fértil para el ecumenismo y el diálogo interreligioso, y rezo para que la gran variedad de testigos religiosos en la región traiga como fruto un creciente entendimiento y respeto mutuo.

Señor presidente, usted y yo plantamos un olivo en su residencia el día que llegué a Israel. El olivo, como usted sabe, es una imagen que utiliza san Pablo para describir las relaciones muy estrechas entre los cristianos y los judíos. En su carta a los Romanos, san Pablo describe cómo la Iglesia de los gentiles es como un brote de olivo silvestre, injertado en el olivo cultivado, que es el pueblo de la Alianza (cf. Rm 11, 17-24). Nos alimentan las mismas raíces espirituales. Nos encontramos como hermanos, hermanos que en algunos momentos de nuestra historia han tenido relaciones tensas, pero que ahora están firmemente comprometidos en la construcción de puentes de amistad duradera.

A la ceremonia en el palacio presidencial le siguió uno de los momentos más solemnes de mi estancia en Israel: mi visita al Memorial de Yad Vashem, para rendir homenaje a las víctimas del Holocausto. Allí también me encontré con algunos de los supervivientes. Esos encuentros, profundamente conmovedores, me recordaron mi visita de hace tres años al campo de exterminio de Auschwitz, donde muchos judíos —madres y padres, esposos y esposas, hijos e hijas, hermanos y hermanas, amigos— fueron brutalmente exterminados bajo un régimen sin Dios que propagaba una ideología de antisemitismo y odio. Nunca se debe olvidar o negar ese espantoso capítulo de la historia. Por el contrario, aquellos oscuros recuerdos deberían reforzar nuestra determinación de acercarnos aún más los unos a los otros, como ramas del mismo olivo, alimentados por las mismas raíces y unidos por el amor fraterno.

Señor presidente, le doy las gracias por su cordial hospitalidad, que aprecio mucho, y deseo que quede constancia de que vine a visitar este país como amigo de los israelíes, así como soy amigo del pueblo palestino. A los amigos les gusta pasar tiempo en compañía recíproca y se afligen profundamente al ver que el otro sufre. Ningún amigo de los israelíes y de los palestinos puede dejar de entristecerse por la tensión continua entre vuestros dos pueblos. Ningún amigo puede dejar de llorar por el sufrimiento y la pérdida de vidas humanas que ambos pueblos han sufrido en las últimas seis décadas.

Permítame hacer este llamamiento a todas las personas de estas tierras: ¡Nunca más derramamiento de sangre! ¡Nunca más enfrentamientos! ¡Nunca más terrorismo! ¡Nunca más guerra! Por el contrario, rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que se establezca una paz duradera basada en la justicia; que haya una verdadera reconciliación y curación. Que se reconozca universalmente que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad en el interior de sus fronteras internacionalmente admitidas. Que se reconozca también que el pueblo palestino tiene derecho a una patria independiente y soberana, a vivir con dignidad y viajar libremente. Que la solución de dos Estados se convierta en realidad y no se quede en un sueño. Y que la paz se difunda desde estas tierras; que sean "luz para las naciones" (Is 42, 6), llevando esperanza a muchas otras regiones afectadas por conflictos.

Una de las imágenes más tristes que he visto durante mi visita a estas tierras ha sido el muro. Al pasar a su lado, recé por un futuro en el que los pueblos de Tierra Santa puedan convivir en paz y armonía, sin necesidad de esos instrumentos de seguridad y de separación, sino más bien respetándose y confiando mutuamente, y renunciando a toda forma de violencia y agresión.

Señor presidente, sé lo difícil que será alcanzar ese objetivo. Sé lo difícil que es su tarea, y la de la Autoridad palestina. Pero le aseguro que mis oraciones y las oraciones de los católicos de todo el mundo le acompañan siempre, mientras continúa sus esfuerzos por edificar una paz justa y duradera en esta región.

Sólo me queda dar gracias de todo corazón a todos los que han colaborado de tantas maneras en mi visita. Me siento profundamente agradecido al Gobierno, a los organizadores, a los voluntarios, a los medios de comunicación y a todos los que me han brindado hospitalidad a mí y a los que me han acompañado. Podéis estar seguros de que os recordaré con afecto en mis oraciones. A todos os digo: ¡Gracias y que Dios esté con vosotros! ¡Shalom!

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