Visita a la Catedral Maronita de Chipre, 06 de junio, 2010

Autor: Benedicto XVI

VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

VISITA A LA CATEDRAL MARONITA DE CHIPRE

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

 Nicosia
Domingo 6 de junio de 2010

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo

Me es muy grato realizar esta visita a la Catedral de Nuestra Señora de las Gracias. Agradezco al Arzobispo Youssef Soueif las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de la comunidad Maronita de Chipre y os saludo a todos cordialmente con las palabras del Apóstol: “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros” ( 1 Co 1,3).

Con la visita a este edificio, peregrino espiritualmente a cada iglesia maronita de la isla. Os aseguro que, con el afecto de un padre, me siento cercano a todos los fieles de estas comunidades tan antiguas.

Esta Iglesia Catedral representa por diversos aspectos la verdadera historia, larga y rica, a veces turbulenta, de la comunidad maronita en Chipre. Los maronitas llegaron a estas orillas en diversos períodos a lo largo de los siglos y a menudo sufrieron duras pruebas por permanecer fieles a su específica herencia cristiana. Sin embargo, y auque su fe ha sido acrisolada como el oro por el fuego (cf. 1 P 1, 7), han perseverado en la fe de sus padres, una fe que en este momento ha pasado a vosotros, Maronitas Chipriotas de hoy. Os exhorto a valorar como un tesoro esta gran herencia, este regalo precioso.

El edificio de esta Catedral nos recuerda también una importante verdad espiritual. San Pedro afirma que los cristianos somos piedras vivas que entramos “en la construcción del templo del Espíritu formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo” (1 P 2,5). Junto con todos los cristianos del mundo, somos parte de este gran templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro culto espiritual, ofrecido en muchas lenguas, en tantos lugares y en una hermosa variedad de liturgias, es una expresión de la única voz del Pueblo de Dios, unido en oración y en agradecimiento a él, en una comunión permanente de unos con otros. Esta comunión, que tanto apreciamos, nos impulsa a llevar la Buena Noticia de nuestra nueva vida en Cristo a toda la humanidad.

Ésta es la tarea que comparto hoy con vosotros: suplico para que vuestra Iglesia, en unión con todos vuestros pastores y con el Obispo de Roma, crezca en santidad, en fidelidad al Evangelio y en amor por el Señor y por todos.

A la vez que os encomiendo a vosotros y a vuestras familias, especialmente a vuestros queridos niños, a la intercesión de San Marón, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

 

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