A la Comisión Internacional Católico-Anglicana

Autor: Juan Pablo II

 

PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA COMISIÓN INTERNACIONAL CATÓLICO-ANGLICANA

Viernes 28 de agosto de 1998

Queridos amigos en Cristo:

«Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo » (1 Co 1, 3). En el vínculo de la fe, os saludo a vosotros, participantes en la asamblea plenaria anual de la Comisión internacional católico-anglicana. En particular, expreso mi aprecio al obispo Mark Santer, cuyo mandato como copresidente anglicano de la Comisión está a punto de concluir. Le agradezco todo lo que ha hecho por impulsar el trabajo de la Comisión durante estos años.

Al examinar aún más la cuestión de la autoridad de enseñar en la Iglesia, como lo estáis haciendo durante este encuentro anual, procuráis conocer más profundamente lo que Cristo piensa y quiere para su Iglesia. En este momento, en que mucha gente está muy desconcertada y angustiada, es importante que los cristianos reafirmen que la verdad existe, que puede conocerse y que Cristo ha establecido un magisterio autorizado dentro de la Iglesia para salvaguardar y dar a conocer la verdad de la fe. La pérdida de confianza en la verdad ha llevado a una crisis cultural, que también ha afectado a los discípulos de Cristo. En esta situación, la voz de la autoridad apostólica debería ser como una diaconía de la verdad, un servicio humilde y constante a la verdad de la Revelación. Debemos predicar que Cristo es la verdad absoluta y universal que se manifiesta desde la profundidad misma de la Trinidad, que podemos conocerlo, y que la humanidad encuentra su auténtica libertad en el conocimiento de la verdad que es él (cf. Jn 8, 32).

En mi carta encíclica Ut unum sint, expliqué que «la misión del Obispo de Roma trata particularmente de recordar la exigencia de la plena comunión de los discípulos de Cristo» (n. 4). Por eso, oro fervientemente para que el Espíritu de la verdad siga guiando vuestra labor a fin de que, mientras nos aproximamos al tercer milenio de la era cristiana, arrepintiéndonos de nuestros antiguos pecados y celebrando nuevas esperanzas, los anglicanos y los católicos podamos conocer la alegría que se experimenta cuando los hermanos viven en la unidad (cf. Sal 133, 1). «A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria » (Ef 3, 20). Que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con vosotros.

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