A la delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, 28 de junio de 1998

Autor: Juan Pablo II

 

PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO
DE CONSTANTINOPLA

Domingo 28 de junio de 1998

Queridos hermanos en Cristo:

Os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, delegados del Patriarcado ecuménico, que habéis venido a Roma para tomar parte en la solemne celebración eucarística, con ocasión de la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo. Desde hace unos años, este intercambio fraterno reúne a las representaciones de la Iglesia que debe su nacimiento al apostolado de san Pedro y san Pablo aquí en Roma, y de la Iglesia cuyo origen está en san Andrés.

Los dos hermanos apóstoles Pedro y Andrés, patronos respectivamente de la Iglesia de Roma y de la Iglesia de Constantinopla, traen a nuestra memoria la llamada que recibieron del Señor para proclamar la buena nueva del Reino: «Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: .Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.» (Mt 4, 18-19).

Esta es la misteriosa llamada prefigurada en su condición de pescadores de hombres, que ahora cobra un significado nuevo y superior. Jesús mismo nos da el ejemplo perfecto de la tarea apostólica: «Recorría Jesús toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4, 23).

La tarea perenne de los discípulos del Señor en todos los tiempos y en todos los lugares es ésta: la proclamación del Reino y la curación de los males que afectan al pueblo de Dios. Mientras nos acercamos al tercer milenio, el Espíritu nos hace comprender la urgencia de una dedicación más intensa a esta tarea. Y el testimonio de la unidad de los cristianos llega a ser cada vez más apremiante: «Que ellos también sean uno (...), para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). En esta perspectiva, recuerdo con alegría la Declaración común que firmamos Su Santidad Bartolomé I y yo, en la que exhortamos a católicos y ortodoxos «a hacer espiritualmente juntos esta peregrinación hacia el jubileo». Expresamos nuestra convicción común de que «la reflexión, la oración, el diálogo, el perdón recíproco y la mutua caridad fraterna nos acercarán más al Señor y nos ayudarán a comprender mejor su voluntad sobre la Iglesia y sobre la humanidad» (Declaración común del Santo Padre Juan Pablo II y del Patriarca ecuménico Bartolomé I, n. 3, 29 de junio de 1995: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de julio de 1995, p. 7).

Vuestra presencia entre nosotros para la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo es un signo claro de nuestra voluntad común de emprender este camino con caridad fraterna y amor a la verdad, confiando en Jesucristo, el único Señor y Salvador del mundo.

Os pido que aseguréis mi saludo cordial y mi estima fraterna a Su Santidad el Patriarca ecuménico. Que Dios lleve a plenitud la obra buena que ha iniciado en nosotros. Amén.

 

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