A los peregrinos que asistieron a la ceremonia de beatificación
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS QUE ACUDIERON A ROMA
PARA LA BEATIFICACIÓN
Lunes 16 de marzo de 1998
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos religiosos y religiosas;
hermanos y hermanas en el Señor:
1. Sigue vivo en todos nosotros el eco de la solemne celebración litúrgica, durante la cual ayer fueron elevados a la gloria de los altares tres nuevos beatos. Nos encontramos hoy reunidos para prolongar la gozosa meditación sobre las maravillas de gracia que el Señor realizó en estas personas, inscritas en el catálogo de los beatos.
A todos vosotros, queridos peregrinos venidos a Roma para esta singular circunstancia, se dirige mi más cordial saludo. Mientras, juntos, damos gracias al Señor por los nuevos beatos, quisiera reflexionar con vosotros en los ejemplos y en las enseñanzas que nos legaron estos fieles testigos de Cristo.
2. Toda la existencia y el ministerio sacerdotal del beato obispo y mártir Vicente Eugenio Bossilkov estuvieron fuertemente marcados, desde el inicio, por la pasión de Cristo. Formado en la escuela espiritual de san Pablo de la Cruz, poseía notables dotes de inteligencia y humanidad. Aprovechando esas cualidades, vivió un fuerte dinamismo apostólico, sostenido por una notable inclinación a la actividad pastoral. Su elección a obispo de Nicópoli marcó la presencia en esa sede episcopal, después de más de un siglo, de un nuevo prelado de origen búlgaro.
Ya en su primera carta pastoral manifestó su clara conciencia de las graves dificultades procedentes del régimen comunista, pero también su firme decisión de permanecer fiel, a toda costa, a la misión de pastor de la grey de Cristo, aun corriendo el riesgo de sufrir el martirio. «No puedo decir lo que vivo en mi interior escribió cerca del final de su vida y se resienten mis nervios, sobre todo porque debo callar todo y mostrarme fuerte, e infundir valor en todos» (Carta XIV). Su apresamiento, las inauditas torturas, la farsa del proceso, la condena a muerte y el martirio sellaron su plena conformación a Cristo, buen pastor, dispuesto a dar su vida por la salvación de la grey.
Amadísimos hermanos y hermanas, nos unimos con gratitud a la alegría de la diócesis de Nicópoli, de la comunidad católica búlgara, de los fieles de Holanda, espiritualmente cercanos al nuevo beato, y de la entera familia religiosa de los Pasionistas, exaltando el holocausto de este heroico obispo, inmolado por la causa de la fe católica y por permanecer fiel al Sucesor de Pedro.
Mientras lo contemplamos, nuestro pensamiento va a los muchos otros que, como él, en este siglo que está a punto de concluir, han derramado su sangre por Cristo y ahora gozan en el cielo «con palmas en las manos» y proclamando: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7, 9-10).
3. También la beata Brígida de Jesús Morello, fundadora de las religiosas Ursulinas de María Inmaculada, vivió con gran intensidad la llamada a la santidad en el seguimiento fiel del Evangelio, aunque en una época y en unas circunstancias diversas. Al vivir en un siglo en el que todavía se apreciaba poco el papel de la mujer, Brígida de Jesús Morello es testigo de los auténticos valores de la mujer y resplandece también en nuestra época como ejemplo luminoso de la contribución específica que la mujer puede dar a la comunidad cristiana y a la sociedad, tanto en la vida civil como en la religiosa.
Su compromiso de solidaridad hacia los hermanos era expresión de una intensa vida espiritual, enriquecida con particulares experiencias místicas. En sus largos años de enfermedad y dolor físico e interior, la nueva beata dirigía a menudo su mirada y su oración al crucifijo, que llevaba siempre consigo. Habéis traído a esta sala una artística reproducción de esa imagen, oportunamente engrandecida, para llevarla luego a Sarajevo, a la nueva iglesia erigida en honor de san Leopoldo Mandic. En efecto, hacia la tierra de los Balcanes se dirigía con frecuencia la oración de la beata Brígida, pidiendo al Señor la conversión de todos y la paz para «el universo mundo». Saludo con afecto a sus hijas espirituales, a la vez que les deseo que la beatificación de la madre Morello infunda renovado impulso a su valioso testimonio de vida consagrada y al generoso servicio que prestan en el campo de la educación y la asistencia.
4. Saludo con gran afecto a los numerosos peregrinos venidos a Roma para participar en la solemne beatificación de la madre Carmen Sallés y Barangueras, hija preclara de España, que tiene como patrona a la Virgen inmaculada. Desde pequeña aprendió de sus padres a invocar a María como Madre.
En su juventud supo conjugar la alegría desbordante con el compromiso responsable. Su espiritualidad nunca la tuvo aislada; al contrario, contemplando la acción del Señor en María, encontró la inspiración del carisma educativo concepcionista, como respuesta válida para afrontar la marginación cultural de la niña y la mujer. Con este objetivo fundó en Burgos las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, con un novedoso proyecto de educación integral y amplia visión de futuro.
Sin salud ni dinero logró abrir en España trece colegios y, antes de su muerte en Madrid, impulsó la expansión de su instituto. Siguiendo sus deseos, las Concepcionistas fundaron poco después en Italia y, sucesivamente en otras muchas naciones, nuevas «Casas de María Inmaculada», para acoger niños, jóvenes y mujeres, cuidando de su promoción humana y de su formación cristiana.
Queridas religiosas: el carisma de Carmen Sallés mantiene hoy su vigor a las puertas del tercer milenio. A vosotras, a vuestras ex alumnas y alumnas, os invito a contemplar la figura de la nueva beata y a seguir su ejemplo, junto con su proyecto educativo, que sigue siendo un fecundo instrumento de apostolado para la elevación humana y cristiana de la mujer. A todas os aliento a dar testimonio, con la propia vida, de la formación recibida, colaborando en la construcción de una sociedad basada en la «civilización del amor».
5. Amadísimos hermanos y hermanas, juntos alegrémonos y agradezcamos al Señor los luminosos ejemplos de santidad de vida y de caridad cristiana que nos han dado los nuevos beatos. Que su cercanía espiritual y su celestial intercesión nos estimulen a responder, también nosotros, cada vez con mayor generosidad a la llamada universal a la santidad.
Al volver a casa, llevad con vosotros, junto con el recuerdo de esta intensa peregrinación a Roma, la riqueza espiritual que brota de esta beatificación. Os acompañe la maternal protección de la Virgen María, Reina de todos los santos, juntamente con mi bendición, que con afecto os imparto a vosotros y a vuestras comunidades diocesanas y religiosas.