Al capítulo general de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, 20 de agosto de 1998

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CAPÍTULO GENERAL DE LAS HIJAS
DE NUESTRA SEÑORA DE LA MISERICORDIA

Jueves 20 de agosto de 1998

Amadísimas Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia:

1. Me alegra acogeros con ocasión del capítulo general que acabáis de concluir en Savona, ciudad en la que, hace más de un siglo y medio, santa María Josefa Rossello fundó vuestra congregación. Os saludo cordialmente a cada una de vosotras, que formáis la asamblea capitular, así como a todas vuestras hermanas, más de mil, en las diversas comunidades esparcidas por Europa, África, América y Asia.

Expreso mis mejores deseos a vuestra superiora general, madre Celsa Josefa Benetti, a quien el capítulo ha confirmado en su cargo. La felicito y, a la vez, la animo a proseguir con alegría y serenidad su servicio a la congregación, para promover su eficaz presencia apostólica en la Iglesia.

2. Vuestra reunión capitular se inscribe en el año del Espíritu Santo, segunda etapa del itinerario de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000. Por eso, quisiera recordar ante todo la «íntima relación» que une la vida consagrada a la obra del Espíritu Santo (cf. Vita consecrata, 19).

El Espíritu es, en primer lugar, el alma de la vocación: «Es él quien, a lo largo de los milenios, acerca siempre nuevas personas a percibir el atractivo de una opción tan comprometida (...); es él quien guía el crecimiento de tal deseo (...); es él quien forma y plasma el ánimo de los llamados, configurándolos a Cristo casto, pobre y obediente» (ib.).

La entrega de sí mismo en la vida consagrada, como el «sí» de María y su fecundidad virginal, tiene lugar a la «sombra» del poder del Altísimo. Y este «sí», esta entrega, se renueva día tras día en la unión orante con Dios, cuyo culmen es la Eucaristía, en la comunión fraterna y en el apostolado.

A lo largo de los siglos y de los milenios, el Espíritu Santo siembra en la Iglesia la variedad de los carismas, entre los cuales también están los específicos de cada instituto. «De aquí surgen las múltiples formas de vida consagrada mediante las cuales la Iglesia aparece también adornada (...) y enriquecida (...) para desarrollar su misión en el mundo» (ib.).

3. Mediante el luminoso testimonio de María Josefa Rossello, el Espíritu Santo pudo suscitar en la generosa tierra de Liguria un nuevo brote, a partir de la inagotable fuente de vida evangélica que es la experiencia de la Misericordia divina, «contenido fundamental del mensaje mesiánico de Cristo y fuerza constitutiva de su misión» (Dives in misericordia, 6). Éste es vuestro carisma, que sentís particularmente relacionado con María santísima, Madre de la misericordia y de cuantos confían en ella.

El capítulo general constituye, ante todo, un acto de fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual del instituto. «Precisamente en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores y fundadoras, don del Espíritu Santo, se descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales de la vida consagrada » (Vita consecrata, 36). En las reuniones capitulares, los religiosos se ponen a la escucha de lo que el Espíritu quiere decir, para descubrir qué significa ser fieles al propio carisma en la situación actual del instituto, de la Iglesia y del mundo, a fin de que la semilla de santidad pueda dar fruto en nuestro tiempo.

A este respecto, «debe permanecer, pues, viva la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor» (ib., 37).

4. También la humanidad contemporánea, con las formas de pobreza tradicionales y con las específicas de nuestra época, tiene sed de la Misericordia divina, y pide que se reconozca su presencia en hombres y mujeres que sean testigos creíbles de ella.

Este testimonio debe partir de la vida misma de la comunidad religiosa, que es el lugar en que la misericordia se convierte en diaria atención recíproca, comunión y corrección fraterna. De una intensa experiencia personal y comunitaria brotan los diversos «ministerios de misericordia» —como los llaman vuestras constituciones—, que son vuestro modo peculiar de «trabajar por la extensión del reino de Dios» (Const., 4).

Queridas hermanas, ponéis todo esto bajo la especial protección de María, Madre de la misericordia. Que ella, «ejemplo sublime de perfecta consagración» (Vita consecrata, 28), recuerde siempre a cada una de sus Hijas «la primacía de la iniciativa de Dios» y les comunique «aquel amor que permite dar cada día la vida por Cristo, cooperando con él en la salvación del mundo» (ib.). Ojalá que todos, también gracias a vuestro testimonio de fe y amor, reconozcan a la Virgen santísima como Madre de misericordia.

Con este deseo, os imparto de corazón a vosotras y a toda la congregación una especial bendición apostólica.

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