Al cuerpo académico de la universidad de Padua

Autor: Juan Pablo II

 

VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE PADUA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CUERPO ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD DE PADUA

Domingo 12 de septiembre de 1982

Ilustrísimo rector magnífico,
queridísimos profesores:

1. Me encuentro hoy aquí entre vosotros, en esta célebre universidad, con una viva y profunda alegría. Recibid mi saludo, unido a un sentimiento de gran estima por la cultura, que vosotros representáis, y por este lugar privilegiado, en el cual esa cultura ha tenido singulares manifestaciones, que han dejado una fuerte impronta en el pensamiento humano. Os agradezco de corazón vuestra gentil acogida; de manera particular le agradezco a usted, señor rector, las nobles palabras pronunciadas en nombre de todo el cuerpo académico.

Para quien conoce lo que significa el lugar cuyo umbral traspasa, siempre es emocionante entrar en una universidad, y lo es aún más entrar en este ateneo, que cuenta entre sus maestros y alumnos muchos personajes ilustres y que ha registrado, en su historia secular, no pocos episodios ricos de interés y de referencias importantes. Nos parece casi ver, aquí con nosotros, la selecta columna de hombres doctos que, en los siglos pasados, hicieron avanzar, a veces en medio de grandes pruebas, el compromiso de la investigación y de la enseñanza: Nicolás Copérnico, el cardenal Besarión, Nicolás de Cusa, Pico de la Mirándola, Galileo Galilei, Guicciardini, Torcuato Tasso, Telesio, Erasmo de Rotterdam, y tantos otros. Cuántos nombres célebres que, junto con otros muchos, han sido honra de esta universidad desde 1222, año de la fundación registrado por los anales de la historia. Me agrada también recordar en este momento a aquellos que estudiaron aquí y que la Iglesia ha declarado "santos": Alberto Magno, Juan Nepomuceno, Cayetano de Chieti, Antonio María Zacarías, Roberto Belarmino, Francisco de Sales, Gregorio Barbarigo. Santos, beatos, futuros pontífices, cardenales, obispos, teólogos, filósofos, médicos, científicos, literatos de valor se han formado en estas aulas o han enseñado en ellas.

Es para mí también motivo de gran alegría poder subrayar las relaciones de la universidad de Padua con mi patria. Ya desde el siglo XIII numerosos estudiantes polacos se encontraban en Padua, que entonces y en los tiempos sucesivos preparó para Polonia una nutrida formación de médicos, filósofos, botánicos, matemáticos y responsables de la jerarquía eclesiástica. Por esto, en 1964, con ocasión del 600 aniversario de la fundación de la universidad de Cracovia, me sentí en el deber de visitar vuestro ateneo. ¡También aquí, de algún modo, palpita el corazón polaco, por lo que me siento conmovido y os expreso el agradecimiento en nombre de mi patria!

Quisiera, además, expresar la gran consideración que me merece la importancia social, civil y política de esta universidad no sólo en el contexto de la ciudad, sino también de Italia y de otras naciones. Es un sentimiento que se torna ansia y preocupación, dado el influjo determinante y continuo que este centro de estudios tiene sobre la vida social, sobre la formación de las conciencias y de los ideales, sobre las realizaciones del presente y sobre las perspectivas del futuro.

2. Después de esta introducción, quisiera conversar brevemente con vosotros sobre dos finalidades fundamentales de la universidad: la científica y la pedagógica, refiriéndome también al lema tan significativo que, desde siglos, es vuestro ideal y programa: Universa universis patavina libertas, el cual pienso que quiere indicar el espíritu con que nació este ateneo y la amplitud de miras con que lo acogieron los ciudadanos de entonces, poniendo a disposición de todos su libertad.

Desde sus orígenes la universidad se concibió como universal, en el sentido de ser una institución abierta a todos, destinada al cultivo de toda forma de saber y al estudio de la verdad en todas sus expresiones: científica, filosófica y teológica. Corresponde, por tanto, a la universidad, la búsqueda de la verdad en todos los sectores y su transmisión mediante la enseñanza.

Las verdades propias de las diferentes ramas de la realidad se estudian de manera ordenada, sistemática y profunda en las distintas articulaciones que forman la universidad: facultades, institutos, departamentos; pero la universidad en cuanto tal tiene como tarea el estudio de toda la verdad, y sólo de su conocimiento extrae los criterios válidos para organizar y dar significado a los estudios en cada uno de los sectores.

Ahora bien, como sabéis, el estudio de la verdad en cuanto tal, corresponde a aquella noble disciplina que se llama metafísica, la cual coloca en su lugar los diferentes aspectos de la verdad y los integra de modo jerárquico, reconstruyendo, en el plano del conocimiento, aquella unidad profunda de las cosas, que tiene lugar de antemano en el plano del ser. Es importante que en un centro de estudios como éste se cultive esta visión superior en la que se integran y unifican las esferas especializadas del saber. De hecho, lo que constituye esencial y específicamente la universidad es precisamente esta unidad superior del saber, que se obtiene, sobre todo, mediante la metafísica, y en particular mediante la metafísica cristiana, que da sentido humano y cristiano a todas las ramas del saber y así las asume en el interior de una visión global de la realidad.

De aquí se deduce, para toda universidad que quiera renovarse y redescubrir su verdadera misión, la urgencia de iluminar su finalidad principal: la del estudio de la verdad bajo todos sus aspectos.

Viniendo hoy aquí en mi calidad de humilde Vicario de Aquel que es la Verdad, me dirijo a vosotros, no sólo en cuanto creyentes, sino también como estudiosos, y os pido que améis, busquéis, cultivéis, profundicéis y enseñéis la verdad, para que crezcáis interiormente y hagáis crecer a vuestros discípulos.

3. La otra finalidad de la universidad sobre la que quiero dirigir vuestra atención es la pedagógica, que tiene como objetivo no sólo la instrucción, sino también la formación de las generaciones jóvenes.

La educación es un fenómeno típicamente humano, ya que sólo el hombre puede y debe educarse. Mediante la obra educativa el hombre se individualiza en los diversos sectores de la existencia y, por consiguiente, se individualiza, se hace cada vez más completamente un "Yo", una persona también a nivel psicológico, después de serlo desde el seno materno a nivel ontológico.

Es evidente que la concepción que se tiene de la educación depende de la concepción que se tiene del hombre y de su destino. Sólo cuando se ha comprendido bien quién es el hombre en sí mismo y cuál es la meta última de la vida humana, se sitúa correcta y lógicamente el problema de cómo guiarlo a la conquista de su meta personal.

Teniendo presente las componentes de la naturaleza humana, los autores cristianos, y a menudo también los no cristianos, insisten en la necesidad de que en el joven en formación y también en el adulto se cultive sobre todo la dimensión espiritual, que es la dimensión del "ser" en lugar de la del "tener". A este respecto quisiera recordar de nuevo lo que dije acerca de la cultura a los representantes de la UNESCO, cuando visité su sede, y reafirmé que en la educación ha de prestarse la mejor atención a la dimensión del espíritu (cf. num. 7: AAS 72, 1980, página 738).

El objetivo de la educación ha de ser siempre hacer al hombre más maduro, es decir, hacer de él una persona que lleve a completa y perfecta realización todas sus posibilidades y aptitudes. Esto se obtiene mediante una paciente profundización y una progresiva asimilación de los valores absolutos, perennes y transcendentes.

Históricamente toda sociedad se ha dado un proyecto humano, un ideal de humanidad, desde el que forjar a los propios ciudadanos; al héroe, al sabio, al caballero, al orador, al filósofo, al científico, al tecnócrata, etc. Para una sociedad que quiera asumir sus valores del cristianismo, o inspirarse en él, el ideal pedagógico debe ser Jesucristo, que es la realización más perfecta de la imagen de Dios plasmada en el hombre.

Contrasta con una visión semejante una sociedad hedonista y consumista que, al intentar borrar en el ser del hombre la dimensión espiritual, se priva por lo mismo de todo auténtico proyecto de humanidad que proponer a sus miembros. Me parece que ésta es la principal razón de la grave desbandada de la juventud de hoy, la cual se encuentra privada de ideales que conseguir y de proyectos de verdadera humanidad que realizar precisamente en la fase más importante de su formación, como es la que se realiza en la universidad.

Se explican así también algunas formas sintomáticas de violencia, con las que ciertos grupos expresan la propia insatisfacción o se hacen la ilusión de poder realizar, mediante actos de terrorismo, proyectos falaces de sociedades nuevas.

4. Uno de los valores más importantes a tener en cuenta en la formación de la persona es el de la libertad. Pero desgraciadamente la libertad es uno de los valores peor entendidos y más gravemente maltratados por la sociedad en que vivimos, a pesar de que la cultura moderna ha hecho de ella su bandera.

Esto se debe a una concepción equivocada, que hace del hombre un ser supremo e independiente, siendo como es un ser creado, que depende de Dios; un ser finito y social, que para su propio nacimiento, para su desarrollo y para su supervivencia necesita constantemente de la ayuda de sus semejantes. En el triángulo compuesto por el propio yo, por los otros y por Dios, encuentra la libertad su significado y los objetivos por los que empeñarse a fondo y ejercitarse siempre.

Para restituir al hombre una libertad que sea verdaderamente tal, es necesario recuperar ante todo la visión religiosa y metafísica del hombre y de las cosas, ya que es ella la única que determina la justa medida del ser humano y de su relación con sus semejantes y con el ambiente que lo circunda. Aceptado este orden de ideas, será necesario comprometerse sin descanso para librar la libertad de aquellas aberraciones ideológicas que terminan por negarla, y de todas aquellas manipulaciones y opresiones políticas, sociales, económicas y tecnológicas que amenazan con sofocarla o aniquilarla. Al mismo tiempo, se deberá trabajar incesantemente en orden a educar al hombre para el recto uso de la libertad, proponiéndole ideales de vida verdaderos y nobles y ayudándole a que trabaje para conseguirlos.

Me parece que estas reflexiones se puedan aplicar también al antiguo y singular lema antes citado, al que se remiten muchos "eventos", que constituyen el orgullo y el carácter específico de este ateneo y que yo he considerado con gran interés.

5. Para terminar estas consideraciones me dirijo a vosotros, enseñantes, que con frecuencia sentís de manera dramática vuestra responsabilidad de educadores y, a veces, gustáis también amargas desilusiones; os repito las palabras del Concilio Vaticano II: ¡Tenéis una vocación maravillosa y de gran importancia! (cf. Gravissimum educationis, 5). Sea cual sea la materia de vuestros intereses y de vuestra enseñanza, trabajad con seriedad y entusiasmo en la formación de hombres amantes de la autentica cultura y de la genuina libertad, capaces de emitir juicios personales a la luz de la verdad y comprometidos en la realización de todo lo que es verdadero, bueno y justo.

Por vuestro medio y por medio de los representantes de los alumnos presentes en esta aula, deseo cordialmente a todos los estudiantes de esta universidad que encuentren en ella la ayuda y el ejemplo necesarios para una formación cultural y humana completa, y en particular que puedan respirar el clima de verdadera libertad, capaz de favorecer en ellos el crecimiento continuo y el sentido del deber y del respeto hacia los otros.

En el escudo y en el sello de vuestro ateneo están impresas las imágenes de Cristo Redentor y de Santa Catalina de Alejandría, respectivos patronos de los dos Estudios que en su origen componían la universidad: el de los "artistas" y el de los "juristas": Cristo, camino, verdad y vida: una mujer que, según la tradición, cultivó la filosofía y la teología y que dio su vida por la fe.

A estos patronos os encomiendo a vosotros, a los estudiantes y a todo el personal de esta universidad, junto con sus problemas y sus expectativas, y con el deseo de una actividad cultural y social cada vez más vigorosa y eficaz, invoco sobre todos la bendición del Altísimo para que os ilumine, os guíe y os fortalezca.

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