Al movimiento internacional de Schönstatt

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DEL MOVIMIENTO DE SCHÖNSTATTViernes 17 de abril de 1998 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Os acojo cordialmente en el palacio apostólico, y os aseguro que he aceptado con gusto este encuentro con vosotros. Por tercera vez realizáis una peregrinación a Roma como Unión de familias de Schönstatt. Este año, los días que pasaréis ante las tumbas de los Apóstoles deben constituir una etapa importante del camino espiritual que nos lleva al umbral del tercer milenio.

2. Hoy me encuentro entre numerosas familias. Me rodean diversas generaciones, padres e hijos, jóvenes y ancianos. Vuestra presencia es una prueba de la vitalidad de la familia. Vuestra comunidad viva demuestra, más que muchos discursos, que existen hoy numerosos matrimonios y familias cristianas bien consolidados. En consecuencia, crece la conciencia de la necesidad de entablar relaciones entre las familias, para una ayuda espiritual y material recíproca. Precisamente la Unión de familias de Schönstatt es un ejemplo elocuente del hecho de que cada vez más familias descubren su vocación eclesial y su responsabilidad para la edificación de una sociedad más justa.

3. Dios tiene un plan para cada persona, y también para la familia. En este plan divino la familia no sólo encuentra su identidad, o sea, lo que «es», sino también su misión, es decir, lo que puede y debe «hacer». Según la voluntad de Dios, la familia se estructura como «íntima comunidad de vida y amor» (Gaudium et spes, 48). Ha sido enviada para convertirse cada vez más en lo que es: una comunidad de vida y amor. Por eso, la decisión de una persona de vivir en matrimonio y en familia es una respuesta a la llamada personal de Dios. Se trata de una auténtica llamada, que implica una misión.

4. En una familia que corresponde al plan de Dios el hombre recibe como don la experiencia de una comunidad viva, en la que cada uno es responsable de los demás. En la familia vige la ley de la comunión y la reciprocidad: hombre y mujer, padres e hijos, hermanos y hermanas se consideran recíprocamente don de Dios y se transmiten la vida y el amor. En la familia conviven los sanos y los enfermos. Los jóvenes y los ancianos se ayudan. Se trata de colaborar en la solución de los problemas. Cada uno se percibe en su singularidad y, al mismo tiempo, se siente unido a los demás por la relación que tiene con ellos. Puesto que cada uno es y se reconoce unido en la comunidad de la familia, esta se convierte en el terreno privilegiado en que se puede realizar la convivencia pacífica también en la diversidad de los intereses. En fin, la familia es también el lugar donde, en un clima de amor, cada uno debe vivir la entrega recíproca. La «cultura de la paz», que el mundo anhela cada vez más, se funda en la familia, como ya dije hace cuatro años con ocasión de la Jornada mundial de la paz, expresando un concepto fundamental: de la familia nace la paz para la familia humana.

5. Todo lo grande requiere paciencia. Esta debe aumentar. También los matrimonios y las familias se desarrollan. En vuestros matrimonios y en vuestras familias, queridas hermanas y queridos hermanos, se realiza vuestra historia de salvación personal, en la que Dios os acompaña a lo largo de todos los caminos, sean secundarios, transversales o equivocados. En la familia empieza también la vida religiosa del niño. Sin muchas palabras, se transmiten experiencias fundamentales, como la alegría de vivir, la confianza, la gratitud y la solidaridad, sobre las cuales cada uno desarrollar á las sucesivas enseñanzas en la fe. Esto se logra mejor cuando la vida de la familia constituye una Iglesia en pequeño. La iglesia doméstica necesita formas en las que pueda vivir: la oración común; una cultura del domingo, que sea algo más que un día libre; y el cultivo de las tradiciones religiosas, que encierran la sabiduría profunda y el amor auténtico al prójimo, sin el cual el testimonio cristiano carece de fuerza.

6. Queridos miembros de la Unión de familias de Schönstatt, os expreso mi profundo agradecimiento porque os unís como grupo de familias y os sostenéis recíprocamente en la fe. Que la Madre de Dios, bajo cuya protección particular habéis puesto vuestra comunidad, interceda por vosotros para que cada vez más familias lleguen a ser comunidades de vida y amor. Para ello, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

 

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