Regina Caeli, 3 de mayo de 1998
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 3 de mayo de 1998
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Se celebra hoy la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Tiene lugar en este cuarto domingo de Pascua, llamado también «domingo del Buen Pastor», porque en la liturgia se proclama la conocida página del evangelio de san Juan en la que Cristo se presenta precisamente como «el buen pastor » que «da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11).
En este marco litúrgico, particularmente significativo, he tenido la alegría de ordenar esta mañana, en la basílica de San Pedro, a treinta nuevos sacerdotes para la diócesis de Roma. He invocado sobre cada uno de ellos al Espíritu Santo, que, con una singular gracia sacramental, los ha constituido ministros de Cristo, buen pastor, para que los fieles, mediante la palabra y los sacramentos, «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
Invito a todos a orar por estos jóvenes presbíteros y para que, en Roma y en todo el mundo, sean numerosos los que respondan con generosidad a la llamada del Señor, entregando su vida al servicio del Evangelio.
2. Gran relieve ha tenido la fiesta del trabajo, celebrada anteayer, 1 de mayo, en las diversas partes del mundo. Fue la ocasión oportuna para profundizar la reflexión sobre el significado del trabajo en la vida de la persona y de la sociedad.
Sobre todo ese día encomendé a Dios en mi oración los problemas que afligen en este momento al mundo del trabajo: el desempleo, el subempleo, la explotación del trabajo de niños y las condiciones de inseguridad en que se realiza a veces la actividad laboral.
Espero que las fuerzas políticas y sindicales se dediquen con renovado empeño a buscar soluciones adecuadas a los problemas, que el fenómeno de la globalización agudiza hoy todavía más, a fin de que se respeten siempre la dignidad del trabajo humano y los derechos del trabajador.
3. Al comienzo del mes de mayo, María está ante nosotros como modelo de toda vocación: no sólo de quien acoge la invitación a consagrarse totalmente a Dios y a la venida de su Reino, sino también de quien quiere dar testimonio de su fe en la vida conyugal y en el ejercicio de una profesión.
La Virgen, como Jesús mismo, vivió estas dos dimensiones de la actividad humana, en una síntesis singular y perfecta. Como esposa de José y madre de Jesús, fue ama de casa en Nazaret, dedicada a educar a su Hijo según la voluntad de Dios. Y cuando él dejó la casa y el trabajo de carpintero para dedicarse completamente a la obra de salvación que le había encomendado Dios Padre, ella lo siguió con íntima fidelidad hasta la cruz y la resurrección, convirtiéndose en modelo y madre de la Iglesia. A María nos dirigimos con confianza. El Señor, por intercesión de su Madre, suscitará sin duda numerosas y santas vocaciones, al servicio del reino de Dios en nuestro tiempo.
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