Regina caeli del domingo 11 de mayo de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 11 de mayo de 1980

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, que me escucháis directamente o a través de la radio:

Es la hora de honrar a la Virgen María con el rezo del "Regina coeli". Querría que esta alabanza mariana fuera para vosotros, como lo es para mí, una expresión de fervoroso agradecimiento hacia quien es venerada por la Iglesia desde su fundación como la Santísima Madre de Cristo Redentor, Aquella a quien la Iglesia ―Cuerpo místico de Jesús― considera también como Madre suya.

Maravillado, y muchas veces conmovido, durante diez días he sido testigo de la vitalidad de las jóvenes Iglesias de África. A lo largo de mis visitas pastorales no ha dejado de venirme a la mente la promesa de Cristo: "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos".

Invito a toda la Iglesia, y particularmente a las Iglesias de la vieja cristiandad, a mirar a estas jóvenes Iglesias hermanas suyas con estima y confianza, en un diálogo fecundo. El hambre de la Palabra de Dios, la espontaneidad de la oración y del sentido religioso, la alegría y el orgullo de pertenecer a la Iglesia, la hospitalaria acogida, el sentido de responsabilidad de los obispos y sacerdotes, la generosidad de las religiosas, el celo apostólico de los catequistas, la solidaridad de las comunidades cristianas, la ayuda mutua y fraternal, animosa y desinteresada que siguen ofreciendo sacerdotes, religiosas y laicos que acuden desde otras Iglesias, y otros muchos signos tan prometedores, nos invitan a dar gracias a Dios y estimulan nuestro celo, nuestra fe nuestra caridad: Estas Iglesias han crecido como ramas en la Iglesia universal por la obra de aquellos primeros misioneros animados por una fe inmensa; ahora dan sus propios frutos, que tienen el sabor de África así como la autenticidad del cristianismo; y ofrecen ahora a las otras iglesias la riqueza de su testimonio. También ellas tienen necesidad de una ayuda fraterna para poder hacer frente a sus enormes necesidades humanas y espirituales. ¡Ojalá que se continúen estos intercambios en el espíritu de comunión que caracteriza a la Iglesia!

En la alegría pascual, contemplemos a la Virgen María junto a su Hijo glorificado, y roguémosle los unos por los otros.

Que vele por estas Iglesias que ponemos bajo su protección. Que Ella les obtenga la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

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