Regina caeli del domingo 13 de mayo de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

REGINA CAELI
Domingo 13 de mayo de 1979

1. En nuestro encuentro de hoy para rezar juntos el Regina Coeli, deseo orientar los pensamientos y los corazones de todos los presentes y de cuantos nos siguen por la radio o la televisión, hacia los niños y niñas que, en este año, se acercan por vez primera a la santa comunión.

Me ocurre con frecuencia encontrarme con ellos, ya sea durante las audiencias del miércoles, ya con ocasión de las visitas pastorales a las parroquias, o en otras circunstancias. Se acercan con la sencillez de los niños, hablan de su próximo encuentro con Jesús, y se preparan a él. Muchas veces añaden que querrían recibir de mis manos la primera comunión. Me son muy queridos estos niños y niñas; pienso que igualmente son muy queridos para todos nosotros. Sobre todo, los quiere el Señor, que parece dirigirles las palabras que escuchamos hoy en el Evangelio: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos" (Jn 15, 5). "Permaneced en mí y yo en vosotros" (Jn 15, 4).

Es muy importante en la vida de un joven cristiano el momento en que se le concede participar por vez primera en este sacramento, en el que Jesús nos ha dejado el signo visible de su amor divino; del amor con que nos ha amado hasta la muerte, del amor que es la mayor expectativa del corazón humano. Cuando el amor auténtico arraiga en el corazón del hombre, se convierte en su mayor fuerza y poder. Este amor es el que Cristo injerta en los corazones de los niños mediante el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

2. Es muy importante para todos nosotros que se cumplan este año los deseos de tantos corazones de niños, y que la primera comunión constituya para ellos el comienzo de esa fuerza del espíritu a la que podrán hacer referencia durante toda la vida. Precisamente por esto es tan oportuna y necesaria la preparación para la primera comunión, que consiste ante todo en una sólida catequesis. Evocando mis personales experiencias pastorales de sacerdote joven, recuerdo cuánta alegría encontrábamos en esta preparación, realizada al mismo tiempo con los niños y sus padres; recuerdo a mi primer párroco, un sacerdote anciano, que hablaba siempre de ella como de una tarea pastoral de particular importancia. Por lo demás, no puede ser de otra manera: preparando a los niños para la primera comunión, los introducimos en el ministerio principal de la vida cristiana demostramos cuán grande es la dignidad del hombre, de su alma inmortal, si puede convertirse en morada de Dios; finalmente, formamos en ellos la sensibilidad de la conciencia, cuando la preparación a la primera comunión va acompañada del examen de conciencia, del arrepentimiento de los pecados y del sacramento de la penitencia.

3. Es necesario que en este importante acontecimiento de la vida del joven cristiano participe responsablemente su familia. Todos, pues, pero sobre todo los padres, den la máxima importancia a lo que es esencial, esto es, al contenido estrictamente religioso y sacramental, de manera que el aspecto exterior de la primera comunión no eclipse este contenido. El aspecto exterior, si bien necesario, manténgase en los límites adecuados.

La primera comunión debe hacerse en las parroquias de los niños que la reciben. Puesto que es un acontecimiento de gran relieve para la vida de una familia cristiana, lo es igualmente para la vida de la parroquia. Dado que estas parroquias forman parte de la diócesis de Roma, se ha previsto, de acuerdo con el cardenal Vicario que todos los niños que han hecho la primera comunión en las respectivas parroquias, se reúnan en la plaza de San Pedro, el próximo 14 de junio, festividad del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

Deseo celebrar la Santa Misa y dar la comunión a una representación de los niños en el día que está consagrado de modo particular a la Eucaristía. Así, mientras se satisface de algún modo la aspiración de los niños que habrían querido que yo les diera la primera comunión, se podrá realizar al mismo tiempo una solemne manifestación de culto eucarístico, en atención a la dignidad litúrgica de ese día estupendo.

Encomiendo a las oraciones de todos los presentes y de toda Roma a los niños que este año se acercan por primera vez a la Mesa del Señor; y encomiendo aún más a todos los niños del mundo que, por cualquier motivo, no pueden gozar la felicidad de recibir sacramentalmente a Jesús.

4. Mi pensamiento ahora vuelve de nuevo a la querida tierra de Uganda, de donde por desgracia siguen llegando dolorosas noticias de pérdidas de muchas vidas humanas, entre ellas las de algunos misioneros, muertos por la violencia y el odio mientras realizaban su misión de obreros del Evangelio y servidores de los hermanos. Por tanto, procurad uniros a mi oración en sufragio por las víctimas, e implorar del Señor ánimo para cuantos aún se encuentran en peligro y en dificultades. Estoy cerca de todas las familias de los misioneros, religiosos y laicos, que viven en la preocupación y en la angustia. Quiera Dios dar a Uganda y a toda Africa días mejores, para que se realice el deseado desarrollo integral de esos pueblos en la paz y en la fraternidad.

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