Regina caeli del domingo 17 de abril de 1983
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 17 de abril de 1983
Hermanos y hermanas queridísimos:
1. En el jubiloso encuentro de este domingo dirigimos una vez más el pensamiento a la Bienaventurada Virgen María con la intensidad de sentimientos que inspira la Pascua, celebrada hace poco.
Hoy queremos considerar en Ella, María, lo que podríamos llamar el "éxito" del misterio pascual: su "triunfo", su feliz éxito. De hecho, el misterio pascual, glorificación de la vida, es, en el espacio y en el tiempo, fuente perenne de vida y, vivido en el seguimiento de Cristo, da siempre frutos de vida. Jesús no murió en vano: su muerte es como la del grano de trigo que se echa en la tierra: es fecunda en resultados. Y su fruto más hermoso y más exaltante es el triunfo glorioso de María su Madre. Ella es el fruto más exquisito del germen de vida eterna que Dios, en Jesucristo, ha echado en el corazón de la humanidad necesitada de salvación después del pecado de Adán.
2. María es el "éxito" más alto del misterio pascual, es la mujer perfectamente "lograda" tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, porque Ella supo meditar, comprender y vivir ese misterio más que ninguna otra criatura humana. Para el cristiano es imposible gustar el sentido de la Pascua prescindiendo de cómo lo vivió María, victoriosa, con Cristo y por Cristo, sobre el antiguo adversario. En el misterio de su celeste Asunción en alma y cuerpo, toda la Iglesia celebrará el cumplimiento pleno del misterio pascual, porque en la Madre de Dios glorificada así, ella ve el tipo ideal y el término de su camino en el curso de los siglos.
En María y con María, pues, podemos penetrar el sentido del misterio pascual, haciendo que nos traiga la inmensa riqueza de sus efectos y de sus frutos de vida eterna; en Ella y con Ella, que no pasó del pecado a la gracia, como todos nosotros hemos pasado, sino que por un singular privilegio, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada del pecado, y caminó hacia la Pascua eterna desde el primer instante de su ser. Más aún, toda su vida fue una "Pascua", un paso, un camino en la alegría: desde la alegría de la esperanza en el momento de la prueba, a la de la posesión después del triunfo sobre la muerte. Su persona humana, como sabemos por definición solemne, siguiendo al Resucitado, ha realizado el paso pascual en el alma y cuerpo desde la muerte a la vida eterna gloriosa.
A ejemplo de María, también nosotros estamos invitados a acoger a Cristo, que nos perdona, nos redime, nos salva y realiza en nosotros el paso pascual de la muerte a la vida.
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