Regina caeli del domingo 25 de mayo de 1980
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 25 de mayo de 1980
1. "Al cumplirse el día de Pentecostés...", los Apóstoles y "todos" los que estaban reunidos en el Cenáculo con María, Madre de Cristo, "quedaron... llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu les otorgaba expresarse" (Act 2, 4). Cuantos entonces estaban presentes en Jerusalén, "judíos piadosos" de todas las naciones que hay bajo el cielo, llenos de estupor y admiración, decían: "Todos éstos que hablan, ¿no son galileos? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua en la que hemos nacido?" (Act 2, 7-8).
Mientras revivimos hoy la solemnidad de Pentecostés (Venida del Espíritu Santo), nos conviene volver una vez más con el recuerdo a esos países del continente africano, que he tenido la alegría de visitar recientemente. Allí hemos oído cómo se anunciaban y se confesaban "las grandes obras de Dios" en otras lenguas, distintas de las que menciona el libro de los Hechos de los Apóstoles, y de las comúnmente conocidas en la Iglesia y en el mundo. Y no sólo se expresan en las propias lenguas los pueblos de África, que han recibido el bautismo y el Evangelio, sino que buscan también, para su fe y para todo el mensaje cristiano, una expresión adecuada en la propia cultura.
Al mismo tiempo, esos pueblos tratan de introducir los elementos de la cultura nativa, iluminados por los rayos de la verdad del Evangelio y transformados por ella, en su propio modo de vivir la liturgia y "las grandes obras de Dios", como expresión de su presencia viva en la comunión universal de la Iglesia, como en una gran familia espiritual que acoge con amor en su tesoro espiritual todo lo que es bueno, noble y bello.
Es necesario, pues, alegrarse de que, así, el acontecimiento y, al mismo tiempo, el misterio de Pentecostés continúe perdurando y se desarrolle en la historia de la humanidad.
2. Deseo también, en este día, encomendar al Espíritu de verdad y de amor los trabajos del diálogo teológico que comienzan entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas en su conjunto.
El jueves próximo, 29 de mayo, en la isla de Patmos, donde se dice que San Juan escribió el Apocalipsis, se reunirá, por primera vez, la Comisión mixta católico-ortodoxa.
Con ocasión de mi visita al venerado hermano, Dimitrios I, en el Patriarcado Ecuménico, el pasado noviembre, hicimos pública conjuntamente la creación de esta Comisión. Rezamos juntos para que este diálogo nos lleve a la plena comunión y a la celebración de la Eucaristía, único sacrificio del único y común Señor.
En esta solemnidad de Pentecostés, día de la efusión del Espíritu Santo sobre sus discípulos y, perennemente, sobre la Iglesia, pido vuestra oración y la de todos los católicos esparcidos por el mundo, a fin de que Dios Omnipotente, por Jesucristo nuestro Señor, Cabeza de a Iglesia, nos envíe su Espíritu para llevarnos de nuevo a la plena unidad a los católicos y ortodoxos.
En estas vísperas de la apertura del diálogo ecuménico con las Iglesias ortodoxas, tal circunstancia nos recuerda que la unidad de la Iglesia es sinfónica, y que en la plena unidad hay un lugar para la expresión de todos los dones del Espíritu.
Y en un espíritu de conversión interior y de total confianza en la obra de Dios, el diálogo podrá ayudar a los católicos y ortodoxos a encontrar de nuevo el calor y la potencia de la caridad plena, en la verdad plena y en la plena unidad.
Sobre este importante diálogo invoquemos la intercesión de la Teotokos, la Madre de Dios, en cuyo seno el Verbo se encarnó, por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", a fin de llevarnos a todos a la comunión con Dios.
3. En la víspera de Pentecostés ―hace un año― comenzaba la peregrinación a mi tierra de origen, Polonia que duró hasta la solemnidad de la Santísima Trinidad.
Después de un año, al recordar con gratitud todo lo que constituyó para mí, para mis compatriotas, para la Iglesia en Polonia ese viaje (vinculado al novecientos aniversario del martirio de San Estanislao), con la misma confianza encomiendo a Dios, por intercesión de la Madre de Cristo, todos los frutos ulteriores de esa peregrinación.
El Espíritu Santo conceda a la Iglesia, que está en mi patria, y a todos mis connacionales, la luz y la fuerza de sus benditos dones.
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