Regina coeli del domingo 3 de mayo de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO IIREGINA CAELI

Domingo 3 de mayo de 1981

1. "...Et concepit de Spiritu Sancto".

María concibió por obra del Espíritu Santo a Aquel que ―crucificado y colocado en el sepulcro― resucitó, revelando la potencia de este Espíritu y dándolo, al mismo tiempo, como don a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, a la Iglesia, y finalmente a nosotros, congregados en esta hora dominical de mediodía para la oración común.

Es necesario que nosotros, sobre todo en este año en el que la Iglesia reaviva la memoria del Concilio Ecuménico Constantinopolitano I, abramos ampliamente nuestras almas a ese don de lo alto: "Altissimi donum Dei".

Es deber nuestro profundizar en la realidad inefable y estupenda que constituye este don en nuestra vida espiritual, como en la de toda la Iglesia, la cual, siguiendo la riqueza de la enseñanza del Vaticano II, debe realmente dejarse inundar por el esplendor que emana de la verdad sobre el Espíritu Santo.

2. El Espíritu es el don de Dios en la Escritura: "qui locutus est per prophetas: que habló por los profetas", así rezamos y confesamos en el "Credo", que transmite por los siglos la formulación del Constantinopolitano I. Es el Espíritu Santo quien, a través de las páginas sagradas, nos habla de Dios, nos abre el corazón de Dios, nos revela "hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2, 10) mediante la inspiración bíblica y profética, en todas las diversas etapas de la historia de la salvación.

Él es el lenguaje de Dios, dirigido a la humanidad; y por medio del mismo Espíritu nosotros hemos podido conocer, y podemos profundizar continuamente, la riqueza insondable de la vida divina: "Per te sciamus da Patrem noscamus atque Filium: Haz que, por medio de ti, conozcamos al Padre y aprendamos también a conocer al Hijo".

3. El Espíritu es el don de Dios que realiza la Encarnación del Verbo en el seno inmaculado de María Virgen. La Palabra de Dios, confiada a la Escritura por medio del Espíritu, también por medio de Él se ha hecho carne, se ha hecho hombre: "Et Verbum caro factum est".

"Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine: y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen". Estas formulaciones ―he escrito en la Carta AConcilio Constantinopolitano I― recuerdan "que la obra más grande realizada por el Espíritu Santo, a la cual todas las demás se refieren incesantemente, acudiendo a ella como a una fuente, es precisamente la de la encarnación del Verbo Eterno en el seno de la Virgen María" (núm. 8).

Por obra del Espíritu Santo el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: en la plenitud de los tiempos, Él descendió sobre María Santísima, la virtud del Altísimo extendió su sombra sobre Ella (cf. Lc 1, 35), y así se realizó el acontecimiento central de la historia del mundo. Jamás daremos gracias suficientemente por este don, en virtud del cual Cristo se ha convertido en nuestro "compañero de camino", ha hecho con nosotros su camino, como nos recuerda el Evangelio de este domingo, el Evangelio de Emaús. En medio de las sombras que a veces parecen condensarse sobre la humanidad, sobre la convivencia social, sobre la civilización misma del hombre, también nosotros pedimos, impelidos por el impulso del Espíritu: "Quédate con nosotros, Señor, porque atardece" (Lc 24, 29). Sólo Cristo es nuestra salvación, nuestra paz, nuestra alegría.

4. El Espíritu es el don de Dios en la "fracción del pan", en la Eucaristía. Es el Espíritu Santo cuya sombra desciende también sobre nuestros altares, y por su acción, invocada mediante la plegaria eucarística ("epiclesi"), el pan y el vino, al pronunciarse las palabras de la consagración, se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. En el arte cristiano antiguo, con frecuencia el tabernáculo tenía forma de paloma, para indicar la acción misteriosamente transformadora que el Espíritu Santo ejercita en los misterios eucarísticos, y su presencia silenciosa en los altares: efectivamente, hay un nexo estrechísimo entre el Espíritu Santo y la Eucaristía, en la cual ―como ha dicho el Vaticano II― "se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo que, por su carne, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres" (Presbyterorum ordinis, 5).

La Sagrada Escritura, la Encarnación, la Eucaristía.

Debe ser grande nuestra gratitud al Espíritu Santo, "don de Dios Altísimo", que nos ha dado, que nos da estos dones de la vida divina.

Pero el don exige el don: hagamos de nuestra vida una respuesta de amor a Dios, a los hermanos. "in virtute Spiritus Sancti".

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