Regina Coeli del domingo 7 de junio de 1987
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 7 de junio de 1987
Muy queridos hermanos y hermanas, romanos y peregrinos:
1. Gran jornada ésta. Como los Apóstoles y discípulos, cuando salieron del Cenáculo junto con María en el primer Pentecostés, miramos con corazón nuevo los caminos de la Iglesia.
Miramos el camino del Año Mariano, que ha iniciado sus primeros pasos con la solemne inauguración de esta noche.
María, Madre de Dios, Templo del Espíritu Santo, Madre de Cristo y de la Iglesia, nos precede con su luz en el camino hacia el tercer milenio cristiano.
2. Reviviendo hoy el misterio de la aparición de la Iglesia en el horizonte de la historia, sentimos el vigor y el ardor de la perenne juventud que, después de veinte siglos, continúa invadiendo el Cuerpo místico de Cristo. Miramos el tiempo que vendrá, haciendo nuestra la suprema consigna del Maestro: "...y seréis mis testigos... hasta el extremo de la tierra" (Act 1, 8).
La Virgen Madre se nos propone, discreta y persuasiva, en el esplendor de su belleza espiritual, como guía, consuelo y ejemplo de singular valor. Ejemplo sobre todo de "obediencia en la fe".
En el umbral del Año a Ella dedicado, que los hijos e hijas de la Iglesia han acogido e iniciado con gozo en las diversas Iglesias locales, me complace repetir la alabanza sencilla y solemne: "Dichosa la que ha creído" (Lc 1, 45).
En el nuevo Pueblo de Dios, María "ha sido la primera en creer" (Redemptoris Mater, 26). Su "peregrinación de fe" comenzó con el anuncio del Angel y fue avanzando a través del sucesivo desarrollo de los acontecimientos de la Encarnación y de la Redención. Fue una peregrinación íntima del alma y, a la vez, exterior, asociada a la historia de su Hilo divino. Por eso precede el "camino-peregrinación eclesial a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas" (Redemptoris Mater, 25).
3. Valorizando en sus diversas dimensiones el progreso de María en la peregrinación de la fe, se entiende a fondo el sentido itinerante de la vida inscrito en el concepto de Pueblo de Dios, ampliamente tratado por el Concilio. La excelsa Hija de Israel, Madre de Jesús y Madre nuestra, como en el cielo es primicia de la glorificación final de la Iglesia, "así en la tierra brilla como signo de esperanza segura y de consolación para el Pueblo de Dios en camino" (Lumen gentium, 68).
En esta perspectiva se coloca también el Sínodo de los Obispos sobre el laicado que, providencialmente, tendrá lugar en el curso del Año Mariano y en el mes consagrado al Rosario. En esa Asamblea eclesial, María estará presente como inspiradora de las reflexiones y como modelo de la figura del fiel laico, particularmente de la mujer, en relación con su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo.
La Madre del Redentor acoja, benévola, el homenaje y los propósitos que las Iglesia locales le ofrecerán en este tiempo privilegiado; los acoja y los confirme con su intercesión.
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