Ángelus del 12 de abril de 1981 Domingo de Ramos

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 12 de abril de 1981
Domingo de Ramos

1. Durante la celebración de la liturgia de este Domingo de Ramos, todos nosotros hemos oído las voces que nos llegan a través de los siglos y las generaciones: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" (Mc 11, 9-10). Hemos oído estas voces y las hemos repetido confesando nuestra fe en el Mesías, el Ungido de Dios.

Pero he aquí que de la misma parte del mundo, de la misma ciudad, ante la perspectiva de la Semana Santa nos llegan otras voces y otros gritos que contienen en sí la condena a muerte: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" (Jn 19, 6).

Por tanto hoy, mientras en la ora cien del "Ángelus" profesamos como siempre que el Verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros (cf. Jn 1, 14), miramos con grandísimo amor al mismo Verbo que está ante nosotros cual "varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro" (Is 53, 3).

2. Sí. Verdaderamente quisiéramos volver la cara y no mirar. Estamos aterrorizados por su aspecto nos impresiona hondamente cuando aparece ante nosotros "despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores" (Is 53, 3). "¿Quién creerá lo que hemos oído? ¿A quién fue revelado el brazo de Yavé?" (ib., 1).

Y sin embargo "quiso quebrantarle Yavé con padecimientos" (ib., 10), ya aquella misma tarde y aquella misma noche de Getsemaní cuando apenas había terminado de comer la Pascua con los discípulos.

Y también "... de Él se pasmaron muchos, tan desfigurado estaba su rostro que no parecía ser de hombre" (Is 52, 14), cuando lo sometieron a los tormentos de la flagelación y le pusieron en la cabeza la corona de espinas. "Tan desfigurado estaba su rostro que no parecía ser de hombre" (ib.), cuando después de aquel tormento terrible, el gobernador romano lo mostró a la asamblea y dijo: "Ahí tenéis al hombre" (Jn 19, 5).

Fue entonces precisamente cuando se oyeron los gritos de "¡Crucifícalo, crucifícalo!". Y se lo entregó para que lo crucificaran (cf. ib., 19, 16).

Dice el Profeta: "Pero fue Él ciertamente quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado y herido por Dios y humillado" (Is 53, 4).

"... Es que quiso Yavé quebrantarlo con padecimientos" (Is 53, 10).

El peso de la cruz lo aplastó muchas veces en el camino por las calles de la Ciudad Santa porque "Yavé cargó sobre Él la iniquidad de todos nosotros... como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores, y no abrió la boca". Y después en la colina del Gólgota fue clavado en la cruz. "Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados... Maltratado y afligido no abrió la boca" (Is 53, 5-7).

Y de este modo la sentencia dada se cumplió en la cruz ignominiosa: "Fue eliminado de la tierra de los vivientes... Fue arrebatado por un juicio inicuo y... muerto por las iniquidades de su pueblo" (Is 53, 8).

3. Queridos hermanos y hermanas:

Nuestro pensamiento y nuestro corazón, nuestra conciencia y nuestra oración se dirijan en esta Semana Santa de modo particular a Cristo dolorido, despojado, crucificado; a Cristo ¡Redentor nuestro!

"Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados" (Is 53, 5).

"Por haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los pecadores" (ib., 12). Reciba Él, en los días de su Pasión, veneración, recuerdo y agradecimiento especiales de toda la Iglesia, de todos los hombres de buena voluntad y corazón generoso.

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