Ángelus del 13 de diciembre de 1998

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 13 de diciembre de 1998

   

1. Prosiguiendo la reflexión sobre la encíclica Fides et ratio, deseo poner de relieve hoy la existencia de la verdad, como presupuesto común de la fe y la razón. En efecto, si el hombre se interroga, lo hace con el deseo y la esperanza de encontrar una respuesta a sus preguntas.

La verdad, a veces, resulta difícil de buscar, casi nunca se posee exhaustivamente, y la experiencia del error invita a ser humildes y tolerantes. Pero, al mismo tiempo, no tiene razón de ser un escepticismo que pone radicalmente en tela de juicio la posibilidad misma de que el ser humano alcance la verdad. Donde arraiga el escepticismo, desaparecen los sanos criterios de juicio y discernimiento, y la existencia humana, a merced de las emociones, corre el riesgo de quedar privada de fundamento.

2. En realidad, aunque el hombre experimenta la dificultad de llegar a la verdad y a la certeza sobre muchas cosas, se da cuenta de que hay realidades y principios fundamentales, acerca de los cuales la certeza es plena y universal.

Estas verdades son la condición misma del pensamiento, de la existencia y de la convivencia. Es lo que nos permite comunicarnos, investigar, reconocer nuestros errores, convivir y amar.

Incluso la ciencia empírica demuestra la existencia de la verdad. Se presenta como un camino jalonado por conquistas parciales y por la superación gradual de errores. Precisamente por eso, todo auténtico conocimiento científico es un paso hacia la plenitud de la verdad. Esto vale también para los demás ámbitos del conocimiento. Por esta razón, en la encíclica Fides et ratio indiqué un núcleo de conocimientos filosóficos presentes constantemente en la historia del pensamiento, en los que es "posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad" (n. 4).

Por su parte, la revelación que viene de lo alto y que llega a su plenitud en Cristo, a la vez que nos abre a un conocimiento más profundo del misterio de Dios y de su designio de salvación, no se opone jamás a las verdades ya conocidas con la luz de la razón; más bien, las verifica, purifica y consolida.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, encomendemos a la protección de la santísima Virgen a cuantos atraviesan períodos de extravío y duda, que los hacen sentirse sin certezas y esperanzas. Al mismo tiempo, aprendamos de María la humildad y la audacia para caminar siempre hacia la verdad, buscándola y testimoniándola con todas nuestras fuerzas. Que ella nos ayude a comprender que quien busca la verdad, en definitiva, está buscando a Dios.

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