Ángelus del domingo 1 de enero de 1984

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 1 de enero de 1984
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Día mundial de la Paz

1. Un feliz año nuevo a todos los que estáis en la plaza de San Pedro y a cuantos en este momento sintonizáis con nosotros, a través de la radio o de la televisión. Es una felicitación que os hago, inspirándome en la sonrisa de una Madre, que estrecha en el seno a su Niño: efectivamente, este primer día del año, la Iglesia propone a nuestra veneración a la Virgen María en el misterio de su Maternidad divina. ¿Qué símbolo más elocuente, qué mensaje más consolador que éste? En la Madre está lo más alto que la humanidad haya sabido expresar en todos los siglos de su historia. En el Hijo está la novedad absoluta de un comienzo, gracias al cual los hijos de los hombres pueden llegar a ser hijos de Dios (cf. Jn 1, 2).

2. ¡"Feliz año", pues, a vosotros en el nombre de Jesús, Hijo de María! El año que acaba de comenzar será un buen año si representa un paso adelante hacia la cita beatificante a la que nos llama el amor de un Dios que se ha hecho nuestro prójimo en el Hijo de María.

Por tanto, hay que entrar en el año nuevo con un espíritu nuevo. Esperamos muchas cosas de este 1984: en realidad confiamos que en el arco de sus 12 meses puedan encontrar realización todas las esperanzas que el año que acaba de pasar, por desgracia, ha defraudado. Pero no debemos olvidar dos cosas: que nuestra alegría brota más de lo que somos, que de lo que poseemos; y que nuestro destino no depende tanto de lo que sucede fuera de nosotros, como de lo que cada uno decide en la intimidad de la propia conciencia y se esfuerza por realizar en lo concreto de la propia vida.

He aquí por qué digo que este 1984 será un año verdaderamente nuevo y bueno, si nos esforzamos en vivirlo con espíritu nuevo y bueno. Vienen a la mente las palabras del Apóstol Pablo: "Él que es de Cristo se ha hecho criatura nueva" (2 Cor 5, 17). Debemos, pues, ir a Cristo, si queremos ser renovados interiormente y renovar así nuestra vida y la del Mundo. No hay verdadera novedad fuera de Él.

3. En los umbrales del nuevo año, si hay un bien que toda la humanidad concordemente desea poder saborear, es ciertamente la paz. Sin embargo, también la paz, para poderse afirmar en el mundo, exige del hombre el esfuerzo sincero de una renovación interior coherente y generosa. "La paz nace de un corazón nuevo".

Este es precisamente el tema del Mensaje que, para esta fecha, he dirigido a los responsables de la vida pública, económica, social de las naciones, así como también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. En el corazón del hombre se juegan los destinos de la paz y, con ella, se juega el futuro mismo del género humano en este planeta nuestro. Por tanto, es necesario y urgente que cada uno se empeñe en renovar el propio corazón con ese cambio profundo y regenerador, que la fe cristiana designa con el término de "conversión".

Al confiar a María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, el deseo de un "corazón nuevo" para el hombre de hoy, quiero repetir, al comienzo de este nuevo año, la felicitación angélica:

Pace agli uomini di buona volontà!

Paix aux hommes de bonne volonté!

Peace to all people of good will!

¡Paz a los hombres de buena voluntad!

Friede den Menschen guten Willens!

Paz aos homens de boa vontade!

Pokój ludziom dobrej woli!

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