Ángelus del domingo 1 de noviembre de 1987

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 1 de noviembre de 1987
Solemnidad de Todos los Santos

1. "Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de Todos los Santos".

Con alegría nos dirigimos de nuevo a la "Reina de todos los Santos", hoy, día en que, con un solo recuerdo, celebramos en la luz de Dios a la Madre de la Iglesia y a todos los que forman en el cielo la Iglesia triunfante.

Honramos a Aquella que, humilde y silenciosa, vivió aquí abajo cumpliendo constantemente la voluntad de Dios y que ahora es glorificada por Dios entre los Ángeles y los Santos.

Honramos a nuestros hermanos que en su vida terrena dieron testimonio de Cristo y que ahora gozan en la gloria del cielo el premio de la visión de Dios.

Alegrémonos con Aquella "esclava del Señor" que supo decir "sí" en todos los momentos de su peregrinación terrena y que ahora, "la más humilde y enaltecida de todas las creaturas", nos indica a todos el camino del cielo.

Alegrémonos con tantos hermanos nuestros que nos han precedido, recorriendo nuestro mismo camino, desde el exilio hasta la patria.

2. Mañana, 2 de noviembre, la mirada de nuestro espíritu se dirigirá también más allá del tiempo para encontrarnos con nuestros seres queridos difuntos. Esta tarde celebraré la Santa Misa en el cementerio del "Verano", y ofreceré el Sacrificio divino por todos los que nos han precedido en el mundo, bajo la capa del cielo, en el camino hacia la patria. Me acordaré de ellos y rezaré al Señor para que "les dé el descanso, la luz y la paz".

Me acordaré de modo especial de todos los que han dejado esta vida a causa de la maldad de los hombres, de la injusticia, de la opresión, de la violencia, o como consecuencia de desastrosas calamidades naturales. Rezaré para que Dios, como buen Padre, conceda a todos estos hermanos nuestros el gozo y la paz eterna.

3. Vosotros también visitaréis los cementerios para recordar a vuestros muertos y para testimoniarles un afecto que dura más allá de la muerte: llevadles flores y cirios, pero llevadles sobre todo, con el espíritu de la comunión de los Santos, el alivio y la ayuda de la oración.

De nuestros seres queridos difuntos nos viene una palabra de certeza y de esperanza: con la muerte "la vida no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo".

Al profesar esta verdad de la fe católica, dirijámonos a la Virgen Santísima, Madre del Salvador y Madre nuestra, para que interceda por nuestros difuntos y esté siempre a nuestro lado, Ella que es "Consuelo de los afligidos", "Madre de la Esperanza" y "Reina de todos los Santos".

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