Ángelus del domingo 10 de diciembre de 1989

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de diciembre de 1989

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Nuestro pensamiento, con ocasión de esta oración del "Ángelus" se dirige también hoy al Sínodo de los Obispos, que el año próximo tratará de la formación sacerdotal. La reflexión de la Asamblea sinodal podrá llevarse a cabo únicamente a la luz de Cristo.

En efecto, Él es el Sacerdote único y eterno ya que en la Iglesia los sacerdotes son sacerdotes en cuanto han sido hechos partícipes de su sacerdocio mediante el "carácter", un signo espiritual que los configura a Él, Cristo. Ejercitan su ministerio; siempre y sólo en nombre y por autoridad de Cristo. Por esto se puede decir que sobre todo el sacerdote es otro Cristo: sacerdos alter Christus.

2. En este tiempo de Adviento, en que esperamos la venida de Cristo, resulta natural pensar que nos preparamos a festejar la venida del Sacerdote ideal, perfecto, el Hijo de Dios enviado a santificarnos y a salvarnos.

Según las palabras del ángel en el momento de la Anunciación, la obra del Espíritu Santo hará que el Niño sea santo, o sea consagrado desde su nacimiento. El Espíritu Santo realiza en Cristo Jesús ―el Mesías, el Ungido, el Consagrado por excelencia― la primera consagración sacerdotal, fuente de todas las demás. Será también Él, en toda ordenación sacerdotal, quien realice aquella consagración que se apodera en toda su profundidad de la persona humana para conformarla a Cristo y para comprometerla al servicio de su Reino.

3. La importancia fundamental de la acción del Espíritu Santo no puede hacernos olvidar el valor de la cooperación de María. Ella la prestó, en especial, en los años oscuros de Nazaret, con la educación que dio a Jesús. María contribuyó a preparar a su Hijo para su misión sacerdotal, favoreciendo el desarrollo de todas sus cualidades humanas. Cuando Jesús revele su corazón manso y humilde, abierto a todos, acogedor y benévolo, lleno de compasión hacia los infelices, ofrecerá a todos los frutos de un desarrollo en que María tuvo una parte notable, aunque oculta.

4. A la luz de estos datos se comprende cómo la formación sacerdotal es ante todo obra del Espíritu Santo que ejerce su poder de santificación preparando al futuro sacerdote para ser hombre de Dios a imagen de Cristo. Esa formación espera también de María una ayuda para el desarrollo de todas las cualidades humanas que pueden expresar concretamente la caridad en las relaciones sociales, haciendo al sacerdote capaz de penetrar en el ambiente de vida en que está situado.

Dirijámonos, en este Adviento, a Cristo que viene para que nos ayude a ver cada vez más claramente en Él al Sacerdote del que surge todo sacerdocio. Contemplémoslo como la luz que debe iluminar el Sínodo y pidámosle que su modelo refleje y se renueve en todos los que hoy se preparan al sacerdocio.

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