Ángelus del domingo 10 de julio de 1983

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de julio de 1983

La piedad cristiana honra a la Santísima Virgen con el apelativo de "Arca de la Alianza" (Foederis Arca),un título que viene muy de lejos.

1. Los libros sagrados del Antiguo Testamento expresan continuamente esta gozosa certeza: Dios está en medio de su pueblo; Él ha escogido a Israel como lugar de su morada.

La morada del Señor en el pueblo de su elección está íntimamente relacionada con la Alianza que Él quiso establecer en el monte Sinaí. Es como decir que Dios se hace de tal forma "aliado", o sea cercano, amigo y solidario del hombre, que quiere estar siempre con nosotros. Él mismo declara: "Estableceré mi morada entre vosotros y no os abominará mi alma. Marcharé en medio de vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo" (Lev 26, 11).

Apenas concluida la Alianza al pie del Sinaí el pueblo, por orden de Dios (cf. Ex 25, 7), erige el "Tabernáculo", dentro del cual estaba el Arca, llamada "de la Alianza": porque contenía las dos tablas, sobre las que estaban grabados los diez mandamientos dados por el Señor a Moisés (cf. Ex 25, 16; 31, 18; Dt 10, 1-5). El Arca, como signo sensible de la presencia de Dios, debía acompañar al pueblo durante su peregrinación por el desierto, hasta su establecimiento en Palestina. Luego, por obra de Salomón, fue construido el templo de Jerusalén. Dentro de la parte más secreta del mismo, llamada "el Santo de los Santos", fue colocada el Arca (cf. 1 Re 8, 1-13). Era aquél el lugar más sagrado de todo Israel. Dentro de aquel recinto, en forma simbólica, habitaba el Señor.

Para representar esta morada de Dios en el seno de su pueblo, el lenguaje religioso del Antiguo Testamento usa frecuentemente la imagen de la "nube". Con el empleo de este elemento figurativo, los libros sagrados hablan de Dios que baja a habitar en el monte Sinaí (cf. Ex 24, 16), en el Tabernáculo (cf. Ex 40, 34-35) y en el templo de Jerusalén (cf. 1 Re 8, 10-12; 2 Par 5, 13b).

2. Y he aquí que nos encontramos con un cambio inesperado. Cuando el Ángel Gabriel trajo el anuncio a María, Dios revelaba a esta Doncella la intención de dejar la morada del templo de Jerusalén, para realizar una nueva forma de presencia entre su pueblo. Es decir, Él quería unirse a nosotros haciéndose uno de nosotros, asumiendo nuestro rostro.

María, envuelta por la mística nube del Espíritu Santo, da su propio consentimiento al proyecto de Dios. Desde aquel instante su seno se convierte en el Arca de la Nueva Alianza, el sagrario bendito donde ha bajado a morar la presencia encarnada de Dios.

3. Como arca, que lleva en si al Señor hecho carne, María es tipo de todo creyente. En efecto, cada uno de nosotros, cuando acoge la Palabra de Dios pronunciando su "fiat", hace de la propia persona el santuario de la inhabitación divina. Nos lo asegura Jesús, quien dice: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14, 23).

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