Ángelus del domingo 10 de noviembre de 1985

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de noviembre de 1985

1. "Los gozos y las esperanzas las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (Gaudium et spes, 1).

En sintonía con esta comprometida enunciación del Concilio, he querido recordar esta mañana, en la homilía de la Santa Misa, el 40 aniversario de la institución de la FAO y a la vez el 40 aniversario de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas.

La Iglesia es y se siente profundamente solidaria con el género humano, al que ha sido enviada y del que ella misma forma parte. Por esto, tiene sumo interés por el progreso de la humanidad también en orden a la vida temporal, con atención preferente y más solícita hacia los sectores donde son mayores los problemas y más agudas las necesidades.

2. Los aspectos humanísticos de la misión eclesial, y los deberes que de ella se derivan, absorbieron una parte notable de los trabajos del Vaticano II.

El profundo significado de esta dimensión de las reflexiones conciliares fue iluminado por Pablo VI en el memorable discurso que pronunció en la clausura de la última sesión. La Iglesia, proclamó el inolvidable Pontífice, "se inclina sobre el hombre y sobre la tierra, pero se eleva al reino de Dios... La religión católica y la vida humana reafirman así su alianza, su convergencia en la sola humana realidad: la religión católica es para la humanidad; en cierto sentido, ella es la vida de la humanidad" (Insegnamenti di Paolo VI, III, 1965, pág. 731).

Los conceptos y el afán pastoral puestos aquí de relieve, llenan constantemente el magisterio de mi amado predecesor, y particularmente la Encíclica Populorum progressio, donde las instancias del Concilio se orientan a la formulación del "humanismo plenario": desarrollo del hombre, de todo hombre, de todos los hombres.

3. Como he escrito en la Encíclica Redemptor hominis, "la Iglesia considera esta solicitud por el hombre, por su humanidad, por el futuro de los hombres sobre la tierra y, consiguientemente, también por la orientación de todo el desarrollo y del progreso, como un elemento esencial de su misión, indisolublemente unido con ella" (n. 15).

Al intentar realizar los grandes objetivos de la elevación humana, no nos mueve interés alguno, ninguna ambición nos seduce, si no es el servicio al bien del hombre mismo, entendido en la verdad de su ser y de su destino temporal y eterno. Ni queda eclipsada en modo alguno la trascendencia de nuestras concepciones religiosas, la cual, antes bien, es factor corroborante y estimulante, además de serlo específico, de la solidaridad eclesial con la causa del hombre.

En las próximas reuniones del Sínodo extraordinario, animadas por la caridad pastoral, volverán de nuevo sin duda los acentos del magisterio conciliar y los reflejos de sus aplicaciones sobre esta importante temática. Y todo el Pueblo de Dios recibirá de ello ―así lo deseamos― renovado impulso para la fidelidad que nos vincula a todos con el gran acontecimiento.

Que la Virgen bendita, Madre espiritual de la humanidad, interceda para que el Sínodo aporte nuevos beneficios a la misión de la Iglesia entre los hombres de nuestro tiempo.

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