Ángelus del domingo 11 de marzo de 1990

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 11 de marzo de 1990

Amadísimos:

1. La Cuaresma es un tiempo de oración. Es verdad que la oración debe tener siempre un lugar en nuestra vida, en todas las épocas del año, pero los cuarenta días que preceden al misterio pascual nos invitan a una oración más intensa y más asidua.

Cuando Jesús pasó cuarenta días en el desierto, se dedicó a la oración. En la soledad se recogió totalmente en la presencia del Padre; lo contempló, dialogando con Él; y le confió su misión.

Los cuarenta días de oración que precedieron a su actividad de predicación, son una lección para todos, pero de forma especial para el sacerdote. Este no es sólo el hombre de acción que se dedica al bien de los que le han sido confiados; es ante todo el hombre de la oración. En un encuentro anterior lo hemos calificado ya como hombre de Dios: ser hombre de Dios significa ser hombre de oración.

2. El próximo Sínodo, al reflexionar sobre las exigencias de la formación sacerdotal, no podrá omitir este aspecto esencial del sacerdocio ministerial. Quienes se preparan para él deben formarse en una vida de oración.

Para el sacerdote, la oración es una exigencia que brota tanto de su vida personal como del ministerio apostólico. El sacerdote tiene necesidad de la oración para que su vida sea, como debe ser, una vida esencialmente entregada a Cristo. No es posible pertenecer a Cristo con toda la propia existencia sin entablar con Él profundas relaciones personales que se manifiesten en el diálogo de la oración, y sin volver constantemente la mirada hacia Él, para vivir en comunión con Él.

El ministerio apostólico, exige, a su vez, una asidua oración, porque toda la acción sacerdotal debe estar inspirada por Cristo y ha de esperar los frutos sólo de su gracia. El sacerdote está llamado a orar por aquellos a quienes ha sido enviado: les debe a ellos el servicio de la oración, mediante la cual puede obtenerles numerosas gracias.

La Carta a los Hebreos describe a Cristo sacerdote como aquel que intercede incesantemente por nosotros: "De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (7, 25). A imagen de Cristo, el sacerdote debe realizar una continua misión de intercesión.

3. Es, por tanto, muy importante que los candidatos al sacerdocio se formen en la oración. Ante todo, deben adquirir la convicción de que la oración es necesaria para su vida sacerdotal y para su ministerio. Luego, deben aprender a orar, a orar bien, a utilizar de la mejor manera posible, según el método que les resulte más conveniente, los momentos de oración. Finalmente deben desarrollar el gusto por la oración, el deseo y, al mismo tiempo, la voluntad de oración.

Pidamos a María, la Virgen orante, que vele por la formación de los sacerdotes en la oración, y que oriente al Sínodo en sus reflexiones y decisiones sobre este aspecto del sacerdocio tan esencial para la vida de la Iglesia.

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