Ángelus del domingo 11 de noviembre de 1990
VISITA PASTORAL A NÁPOLES
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 11 de noviembre de 1990
Plaza Plebiscito, Nápoles
Queridos hermanos y hermanas:
1. Desde esta central e histórica plaza, nuestro pensamiento se dirige ahora a María Santísima, amada e invocada sin cesar por el pueblo napolitano. A ella, desde los tiempos más remotos se le confió el destino de la ciudad, como confirma la dedicación de vuestra catedral a la Asunción de la Virgen al cielo. De esta devoción constante son prueba, además, los numerosos nichos marianos, erigidos en los callejones y en las calles, como signos elocuentes de una sincera consagración a la Madre del Señor. Así, a lo largo de los siglos, la vida de la gente en los barrios y en los suburbios, así como la actividad cotidiana de toda la población, estuvo siempre acompañada por la presencia protectora de la Virgen. Quisiera citar por ejemplo, la Virgen del Buen Consejo venerada en Capodimonte, y la Virgen de Don Plácido con Jesús Adulto. Quisiera recordar sobre todo a la Virgen del Carmen, tan querida por todos los napolitanos y cuya imagen quisieron colocar en este altar. El culto a la "Virgen Morena"cuya imagen fue traída de Oriente en el siglo XII por obra de los religiosos del Monte Carmelo, conservó firme e íntegra la fe del pueblo partenopeo.
Con la misma devoción dirigimos hoy nuestra mirada confiada hacia ella y la invocamos: ¡Protege, oh Madre, la ciudad de Nápoles! ¡Guía a tus hijos por el camino de la justicia y de la fraternidad! ¡Refuérzales la fe! ¡Hazlos testigos valientes del Evangelio y denodados constructores de la paz! ¡Haz, oh Madre, que en toda persona resplandezca la bondad, el perdón y el amor!
2. En nuestra sociedad, que parece con frecuencia desorientada e inquieta, se vuelve cada vez más urgente, como lo subraya la página evangélica de hoy, nuestro deber de velar y prepararnos al encuentro con el Señor que viene. Esta espera laboriosa, hecha de compromiso concreto en la construcción de un mundo más humano, se inspira en María; sigue su ejemplo de un cumplimiento pleno de la voluntad del Padre. Es una espera que se alimenta de la oración.
Queridísimos hermanos y hermanas ¡orad con fervor a María Santísima! Sentidla junto a vosotros y confiad en ella. ¡Que su recuerdo esté vivo en vuestras familias y os acompañe en los acontecimientos diarios! ¡Nápoles tiene necesidad de María! En ella, en efecto, tenemos acceso al Corazón de su Hijo, único lugar donde puede hallar paz nuestra inquietud, consuelo nuestra pena, vigor y constancia nuestro propósito de vida coherente con los valores evangélicos.
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