Ángelus del domingo 12 de febrero de 1984
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 12 de febrero de 1984
1. Quiero reflexionar hoy con vosotros sobre la presencia de la Santísima Virgen en la celebración de la liturgia.
Como sabéis, toda acción litúrgica, pero sobre todo la celebración de la Eucaristía, es un acontecimiento de comunión y fuente de unidad.
Comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Efectivamente, en la acción sagrada llega a nosotros la energía del Espíritu que, como río de vida, brota de la liturgia eterna, celebrada por Cristo resucitado para gloria del Padre y salvación del hombre.
Comunión de la Jerusalén celestial con la Iglesia todavía peregrina por los caminos del mundo. En la celebración de los santos misterios, cielo y tierra se unen, se iluminan con la misma luz, arden con la misma caridad, participan de la misma vida se funden en la unidad.
Comunión entre nosotros: en la liturgia profesamos la misma fe, participamos de la misma esperanza, somos animados por el mismo amor. Movidos por el mismo Espíritu invocamos al mismo Padre y, comensales de Cristo, nos alimentamos con la misma Palabra, el mismo Pan, el mismo Cáliz de vida.
2. Pero comunión también y de modo especial con la Madre, la humilde y gloriosa María. ¿Por qué? Porque la liturgia es acción de Cristo y de la Iglesia.
Acción de Cristo. Porque Él es el único, el verdadero, el "sumo sacerdote" (Heb 8, 1): oculto bajo los velos de los signos sagrados, ofrece el Sacrificio, bautiza y perdona los pecados, impone las manos sobre los enfermos, anuncia la Buena Nueva, alaba y glorifica al Padre, suplica e intercede por los hombres (cf. Sacrosanctum Concilium, 7).
Acción de la Iglesia. Porque "en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno" (ib.).
Ahora bien, la Santísima Virgen tiene una gran intimidad, tanto con Cristo como con la Iglesia, es inseparable de uno y otra. Está unida, pues, a ellos en lo que constituye la esencia misma de la liturgia: la celebración sacramental de la salvación para gloria de Dios y santificación del hombre.
3. María está presente en el memorial ―la acción litúrgica― porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico.
Está en toda fuente bautismal, donde nacen a la vida divina en la fe y en el Espíritu los miembros del Cuerpo místico, porque con la fe y la energía del Espíritu concibió a su Cabeza divina, Cristo; está en todo altar, donde se celebra el memorial de la pasión-resurrección, porque estuvo presente, adhiriéndose con todo su ser al designio del Padre, al hecho histórico-salvífico de la muerte de Cristo; está en todo cenáculo, donde con la imposición de las manos y la santa unción se da el Espíritu a los fieles, porque con Pedro y los otros Apóstoles con la Iglesia naciente, estuvo presente en la efusión pentecostal del Espíritu.
Cristo, Sumo Sacerdote; la Iglesia, comunidad de culto: con uno y otra María está incesantemente unida, en el acontecimiento salvífico y en su memoria litúrgica. María debe estar presente también en la vida de cada cristiano, mediante una devoción sincera y profunda.
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