Ángelus del domingo 12 de julio de 1981
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 12 julio de 1981
Queridísimos hermanos y hermanas:
1. Deseo invitar hoy a todos a dirigir el pensamiento y el corazón hacia el Congreso Eucarístico Internacional, que ―a partir del próximo jueves, durante 8 días― reunirá en la ciudad de Lourdes (Francia) a millares de peregrinos provenientes de todas las partes del mundo, para rendir homenaje público a Cristo Jesús, oculto bajo los velos del pan y del vino.
Sabéis que yo tenía intención de tomar parte personalmente en las celebraciones de los tres últimos días, para ofrecer al Maestro Divino el testimonio de la gratitud y de la alegría con que toda la Iglesia acoge y guarda este inestimable don de su amor.
Será Legado mío, en estos encuentros de fe y de amor, el cardenal Bernardin Gantin, Presidente de la Pontificia Comisión "Iustitia et Pax" y del Pontificio Consejo "Cor Unum". Que se unan con él en espíritu cuantos, como yo, no podrán participar personalmente en el Congreso, de manera que Lourdes se convierta, estos días, en palpitante punto de convergencia para los corazones de los fieles de todo el orbe católico, y contribuya a reavivar la fe y a acrecentar la devoción y el culto a Cristo realmente presente en la Eucaristía.
2. El Congreso de este año, que es el 42 en la sucesión cronológica, coincide con la celebración del centenario de esta iniciativa, que nació en Francia en 1881. Su tema se expresa con estas palabras: "Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo". Tema rico de sugerencias que comprometen a la reflexión personal sobre el significado de la Eucaristía en la propia vida. En cada una de las celebraciones eucarísticas se propone de nuevo el gesto de la última Cena: "tomó el pan, lo partió y se lo dio" y vuelve a resonar la invitación: "Haced esto en conmemoración mía".
Al partir el pan y al distribuirlo, Jesús quería significar el propio sacrificio por la salvación del mundo. El que participa en la Mesa está llamado a hacerse, como Cristo, "pan partido para la salvación de los hermanos".
¿Cómo no intuir inmediatamente las consecuencias personales, sociales, misioneras, que todo esto comporta? Pero, ¿cómo no entrever, además, el "mundo nuevo" que puede surgir finalmente mediante este compromiso de los cristianos? En realidad, esto supone una auténtica conversión interior. Y es significativo que, sobre este punto, el mensaje del Congreso Eucarístico se una con el mensaje permanente de la ciudad mariana de Lourdes: Convertirse.
Pidamos, pues, a la Virgen Santa que ayude a los corazones de los fieles a disponerse para este compromiso de conversión sincera, del que depende la autenticidad de toda devoción eucarística. Ella, que con el "fiat" ha permitido al Verbo de Dios hacerse carne y sangre ―la carne y la sangre que en la Eucaristía se nos ofrecen como alimento de nueva vida― lleve a los fieles a comprender y acoger los compromisos encerrados en el "pan partido", a fin de que con la aportación de todos pueda consolidarse el "mundo nuevo" de la justicia, de la libertad, del amor, al que aspira la humanidad.
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