Ángelus del domingo 14 de junio de 1981
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 14 de junio de 1981
1. Celebramos hoy, queridísimos hermanos y hermanas, la Santísima Trinidad, al final de las grandes fiestas litúrgicas de Pascua y Pentecostés.
"Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo".
Esta solemnidad evoca en nosotros el misterio fundamental, inescrutable de nuestra fe, el misterio sublime del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, frente al cual nos encontramos siempre atónitos y en adoración.
También nosotros exclamamos con San Pablo: "¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!" (Rom 11, 33)
2. Deseo dirigir hoy mi agradecimiento ―un agradecimiento especial―, a los jóvenes de todo el mundo, que en este período de sufrimiento han estado particularmente cercanos a mí con su afecto y su oración. Pienso, por ejemplo, en los jóvenes de mi Cracovia, de mi Roma, en los de Suiza con los cuales me debería haber encontrado los días pasados, y en muchísimos otros de varios países del mundo, que han querido estar junto a mí espiritualmente; me resulta difícil nombrar ahora a todos.
Sepan que sus mensajes y oraciones me han servido realmente de ayuda y consuelo, porque he visto en ellos el verdadero amor que nos ha revelado Cristo.
Les doy las gracias de todo corazón. La Virgen Santa ―a la que invocamos ahora con el "Ángelus"― acompañe y proteja a los jóvenes del mundo y les ayude a prepararse con generosidad y entrega para la vida que se abre ante ellos, rica de esperanzas.
© Copyright 1981 - Libreria Editrice Vaticana