Ángelus del domingo 15 de febrero de 1981
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 15 de febrero de 1981
1. Deseo hoy, queridos hermanos y hermanas, dar gracias a la Providencia divina, juntamente con vosotros reunidos aquí para la oración dominical del "Ángelus", por los 50 años de existencia y actividad de Radio Vaticano.
Ya hemos manifestado esta gratitud el jueves pasado, durante una solemne celebración eucarística, en el día conmemorativo del primer radiomensaje pontificio, dirigido al mundo por mi predecesor Pío XI, precisamente el 12 de febrero de 1931. También hoy debemos elevar nuestro espíritu agradecido al Señor, que ha permitido al hombre, mediante los grandes descubrimientos de su inteligencia, hacerse mensajero, abarcando todo el universo, de la Buena Noticia de salvación: "El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia" (Sal 98 [97], 2).
Efectivamente, los modernos medios de comunicación que tienen la función fundamental de alimentar y profundizar la comprensión, el entendimiento y la solidaridad entre los pueblos, están particularmente al servicio de la Palabra de Dios y de la evangelización, precisamente porque deben actuar con miras a la auténtica promoción del hombre.
Radio Vaticano, pues, desarrolla la preciosa e irrenunciable tarea de difundir la enseñanza y la voz misma del Vicario de Cristo, permitiéndole "ampliar su conversación a todo el mundo", como ya decía Pío XI.
Consciente de este singular compromiso de Radio Vaticano, deseo dar las gracias a cuantos allí trabajan con solicitud y competencia, y de modo particular a los padres de la Compañía de Jesús, a cuyo celo sacerdotal y a cuya competencia especifica ha sido confiada la misma radio, desde su fundación.
2. Mañana por la mañana comenzaré mi viaje apostólico a Extremo Oriente, que me llevará, a través de Pakistán, primeramente a Filipinas, luego a la isla de Guam en el Pacífico, después a Japón, y finalmente a Alaska. Me dirijo allá siguiendo las huellas de Santos y de Beatos mártires, tanto de los que ya han conseguido la gloria de los altares, como de los que elevaré a tal honor con ocasión de tal visita, así como, finalmente, de aquellos numerosos y quizá desconocidos que, como los primeros y los segundos, pusieron, con el testimonio de la sangre, los fundamentos para la construcción de la Iglesia en diversos países de Asia y de Extremo Oriente.
Al sobrevolar la amplia región que está en torno al Golfo Pérsico, mi pensamiento se dirigirá también al dramático, prolongado enfrentamiento armado que, desde hace meses, se desarrolla entre Irak e Irán. Muchas veces he invocado la paz para esos pueblos, estimulando tentativas que promueven varios Organismos internacionales. Quisiera dirigir una vez más mi ferviente invitación a las autoridades responsables de las dos naciones para que hallen con valentía y clarividencia, sin más demoras, el camino de una tregua que, poniendo fin a las destrucciones y al cotidiano aumento de víctimas, haga abrir las esperanzas de un entendimiento equitativo y honroso.
Rezad conmigo por esta intención y, además, implorad de Dios abundantes frutos para este viaje apostólico, cuyo gran significado eclesial siento profundamente.
Invoco con vosotros, con particular fervor, a la Virgen, a la que los filipinos veneran, desde hace 400 años, bajo el título de "Virgen de la Paz y del Buen Viaje"; una imagen suya, bendecida por el Papa Juan XXIII, está expuesta a la devoción en el Pontificio Colegio Filipino en Roma. Que Ella acompañe mi viaje y lo haga fecundo en bondad y paz.
3. Deseo recordar también el encuentro que tuve, hace poco tiempo, con los obispos de Tailandia, que vinieron a Roma para la "visita ad Limina". Renuevo mi saludo cordial a ellos y a todos los fieles de esa nación, que es uno de los países que sobrevolaré mañana en mi viaje hacia Extremo Oriente. Expreso a esos prelados viva gratitud por haberme traído la voz de aquella pequeña comunidad eclesial (Unos 200.000 fieles) que, gracias al clima de tolerancia religiosa, convive pacíficamente con la gran comunidad budista, a la que pertenece la mayoría de la población.
La Iglesia tailandesa cuenta hoy con, 10 diócesis. La obra evangelizadora es activa, y hay gran esperanza en las vocaciones sacerdotales y religiosas, que son numerosas y prometedoras. Las instituciones católicas, sobre todo las educativas y sociales, gozan de respeto y prestigio, y deseo que continúen dando una válida aportación al desarrollo humano y espiritual de la nación.
Últimamente la presencia de la caridad cristiana se ha hecho todavía más tangible y eficaz en la solicita acogida a los prófugos, que afluyen en gran número a esa región.
Os exhorto a uniros conmigo en la oración, para que, mediante la intercesión de la Virgen Santa, Madre de la Iglesia, el Señor dé feliz cumplimiento a las esperanzas y a las expectativas para una prosperidad cada vez mayor de ese noble pueblo.
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