Ángelus del domingo 16 de marzo de 1986

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de marzo de 1986

1. "Miserere mei Deus... ".

Durante la Cuaresma nuestras meditaciones del Ángelus hacen referencia a las palabras del Salmo, en que la verdad sobre el pecado y sobre la conversión a Dios encuentra su plena manifestación. Es la verdad de la fe, la verdad de la mente y, todavía mejor, la verdad de la conciencia:

"Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa. / Lava del todo mi delito, / limpia mi pecado" (Sal 50/51, 3-4).

El hombre se encuentra con Dios por medio de la verdad de la conciencia, cuando confiesa su pecado. La gracia de la conversión lo lleva de nuevo a Dios, a quien Cristo ha revelado como Padre: es el Padre de cada uno de los hijos pródigos. Cuando un pecador se dirige a Él con una verdadera conversión, cuando se presenta a Él con un verdadero acto de dolor por los pecados, entonces el Padre lo acoge bajo el techo de la casa paterna: lo acoge en la comunión de ese amor, que ha revelado a sus hijos. Efectivamente, "tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).

2. Mientras rezamos en unión con María, nuestra reflexión cuaresmal se dirige al sacramento de la reconciliación, con el que el hombre arrepentido ―después de la acusación de los pecados― obtiene su remisión. Sólo Dios puede perdonar los pecados, porque Él es Amor. De esta inmensidad del amor de Dios nació el misterio de la redención. A su Hijo "―que no conoció el pecado― Dios le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios" (2Cor 5, 21).

La lógica de la justicia humana se encuentra aquí ante el misterio de la justicia de Dios: ¡Justicia que a la vez es Amor! Mediante la cruz de Cristo, donde precisamente este Amor se manifiesta definitivamente, el hombre, de hijo pródigo como era, "se convierte en justicia de Dios". Es liberado del pecado, justificado: se le hace retornar a la justicia de Dios mediante el amor.

Resulta realmente inescrutable ese encuentro con el Dios Viviente, que el hombre experimenta en el sacramento de la penitencia.

3. Este encuentro es fuente de profunda alegría espiritual. Grita el Salmista: "Devuélveme la alegría..." (Sal 50/51, 14). Efectivamente, el pecado que gravita sobre el hombre, es la fuente de tristeza y abatimiento. "Devuélveme la alegría de tu salvación". Esta alegría nos la restituye la gracia del sacramento de la reconciliación con Dios.

La gracia engendra en el hombre también la prontitud para satisfacer a Dios y a los hombres. Por esto, el Salmista ruega: "Afiánzame con espíritu generoso" (cf. Sal 50/51, 14). El hombre renovado interiormente está tanto más dispuesto a hacer el bien, cuanto antes más lo habla ligado el pecado al mal. Está dispuesto a soportar sus sacrificios. La gracia del sacramento de la penitencia no sólo "interrumpe" en nosotros la presencia del pecado, sino que realmente "renueva la fuerza del espíritu": desata las nuevas energías de lo que es bueno.

Pidamos a la Madre de Dios que en cada uno de nosotros el sacramento de la penitencia se una a la prontitud en la reparación. Venciendo al mal con el bien, participamos cada vez más plenamente en el misterio de la Pascua de Cristo.

© Copyright 1986 - Libreria Editrice Vaticana