Ángelus del domingo 17 de diciembre de 1978

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 17 de diciembre de 1978

Hoy me dirijo especialmente a los muchachos y muchachas que han venido a la plaza de San Pedro a traer la imagencita del Niño Jesús para que la bendiga el Papa antes de ser colocada en el Nacimiento preparado en casa.

1. ¡Bienvenidos seáis, queridos hijitas e hijitos! Os saludo con verdadera alegría, especialmente por el gesto tan espiritualmente significativo que habéis querido realizar con gran entusiasmo.

La primera representación plástica del Nacimiento surgió, como sabéis, por genial intuición de San Francisco de Asís: profundamente impresionado y conmovido por la humildad de la Encarnación, en la noche de Navidad de 1223, hizo preparar en Greccio, a un fiel y piadoso amigo llamado Juan, todo lo necesario: paja, heno, un pesebre, y hasta un buey y un borriquillo de carne y hueso. Dijo el Santo: "Querría representar al Niño Jesús nacido en Belén, y ver, en cierto modo, con los ojos corporales las incomodidades en que se encontró por falta de lo más necesario para un recién nacido, cómo fue acostado en un pesebre y cómo yacía en el heno entre el buey y el borriquillo" (Tommaso da Celano, Vita prima, núm. 84). Vinieron al lugar varios hermanos; llegaron jubilosos hombres y mujeres de los caseríos de la región, trayendo cirios y antorchas para iluminar aquella noche, en la que hace notar también el biógrafo, "se encendió espléndida en el cielo la Estrella que iluminó todos los días y todos los tiempos". Un sacerdote celebró la Eucaristía, y Francisco de Asís, que era diácono, cantó el santo Evangelio con su voz fuerte y dulce, clara y sonora.

2. Desde Greccio, que vino a ser como un nuevo Belén, la representación del Nacimiento, surgida del corazón de un Santo capaz de realizar la más sublime poesía en la vida, se difundió por toda Italia, por Europa, por el mundo entero, conservando intacto, entre las diversas expresiones de la cultura y el folklore, el mensaje fundamental, auténticamente evangélico, que Francisco quería llegase a las almas por la contemplación del Nacimiento, escuela de sencillez, de pobreza, de humildad.

La sociedad contemporánea desgraciadamente no es siempre partidaria ni mensajera de tajes actitudes, que alguna vez son consideradas sin más como debilidades o como frustraciones de la personalidad humana. Sin embargo, el Hijo de Dios, para venir al encuentro del hombre, para caminar junto a él, para salvarlo, ha escogido el absoluto anonadamiento de la propia personalidad, la total falta de medios e instrumentos humanos, la lucha contra la soberbia y la arrogancia.

3. Mientras bendigo vuestras imagencitas, queridos hijitos, pienso con serena esperanza en vosotros, en el bien inmenso que vosotros, precisamente porque sois pequeños, podéis hacer en el ámbito de vuestra familia, de la escuela, de las asociaciones, de la misma sociedad: por algo el mismo Jesús os ha elegido como modelos para quienes quieren tener parte en su reino (cf. Mt 18, 4; Mc 10, 15).

Llevad a casa, con mucho cariño la imagencita del Niño Jesús, también como signo del amor del Papa para vosotros, y para vuestras familias; colocadla en vuestro Nacimiento con intensa fe, con aquella fe con que María Santísima, la Madre de Dios, colocó a Jesús recién nacido en el pesebre (cf. Lc 2, 7), invitad a papá, a mamá, a los hermanos y hermanas, a toda vuestra familia, a apretarse en estos días de la novena de Navidad en torno al Nacimiento, para rezar juntos las oraciones aprendidas sobre el regazo materno, para cantar los dulces cantos populares, tan cargados de sentimiento humano y cristiano.

El Niño Jesús, presente en el Nacimiento de vuestra casa, sea el signo concreto de una fe límpida y pura, que ilumine, oriente y dirija vuestra vida y la de vuestros seres queridos.

Y ahora, mientras continúa aún el tiempo de Adviento, al comenzar su última semana, os hago una petición personal. Durante esta semana os invito a rezar de manera particular por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Como pedimos a Dios que la tierra produzca la cosecha, así y aún más, debemos pedirle también que las almas den los frutos especialmente necesarios para la vida espiritual de toda la Iglesia. Hay una gran necesidad de sacerdotes, de misioneros, de religiosas, de misioneras, de catequistas, de enfermeras que curen a los enfermos.

Al volver a casa, acordaos de lo que os digo; y más de una vez arrodillaos en oración junto con el Papa y con todos para pedir: Jesús, envía obreros a tu mies (cf. Mt 9, 38). Con esta oración me ayudareis mucho. Jesús que os ama particularmente, queridos niños y niñas, escuchará más fácilmente las oraciones del Papa y de todo el Pueblo de Dios, si vosotros, si, precisamente vosotros, rezáis junto con todos nosotros.

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