Ángelus del domingo 17 de noviembre de 1985

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 17 de noviembre de 1985

Queridísimos hermanos y hermanas,
romanos y peregrinos:

1. Tres nuevos Beatos han sido agregados hoy a la falange de la Iglesia celeste, tres almas que se consagraron a Dios en la vida religiosa.

Un joven de la tierra de Romaña, Pío Campidelli, que alcanzó la perfección a través de la normalidad cotidiana, en la congregación de los pasionistas, de la que era clérigo profeso.

Una mujer fuerte, de nacionalidad alemana, María Teresa Gerhardinger, que volcó su carisma en la fundación de las Pobres Religiosas Escolásticas de Nuestra Señora.

Otra mujer fuerte, Rebeca Ar-Rayes de Himlaya, ciudadana del bíblico y amadísimo país del Líbano, que llegó a las cimas mediante múltiples sufrimientos, desde la temprana orfandad, a los largos años de ceguera y de parálisis.

Tres personalidades diversas, que tienen de común la generosidad en abrazar el ideal de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

2. "Los consejos evangélicos ―proclama el Concilio Vaticano II―(...) son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre" (Lumen gentium, 43).

Son un don que Dios, en su bondad, no permite que falte, pero que, sin embargo, está puesto en manos humanas, e implica la responsabilidad de la aceptación y de la correspondencia.

El Concilio ha dedicado reflexiones profundas a este importante sector del Pueblo de Dios, poniendo de relieve su valor de "signo", como testimonio evangélico específico: "Todo el que ha sido llamado a la profesión de los consejos ―recomienda la Lumen gentium―, esmérese por perseverar y aventajarse en la vocación a la que fue llamado por Dios, para una más abundante santidad de la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda santidad" (Lumen gentium, 47).

3. El joven que hoy ha subido al honor de los altares, nos lleva de nuevo a las preocupaciones que el Concilio ha manifestado en varios documentos para con la juventud, considerada "esperanza de la Iglesia" (Gravissimum educationis, 2).

A los Pastores de almas, particularmente a los obispos, el Vaticano II les ha pedido atenciones peculiares hacia las nuevas generaciones, y no ha dejado de indicar los varios aspectos de su formación integral con rasgos de simpatía y confianza.

Los jóvenes de hoy han nacido en los años del Concilio. El camino de la historia los ha metido en la dinámica de su heredad.

Las inminentes sesiones sinodales, con las que se celebra el acontecimiento conciliar a veinte años de distancia, atraerán su interés. Y los padres sinodales mirarán sin duda a las lozanas energías de los hombres y mujeres de mañana y a las tareas que les esperan.

Quiera la Madre celeste obtener que las profundizaciones, a las que mira el Sínodo, aporten renovadas energías espirituales al organismo de la Iglesia, de manera que nuestra juventud pueda reconocer en ella cada vez con mayor viveza el rostro joven de Cristo.

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