Ángelus del domingo 18 de diciembre de 1988

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUSDomingo 18 de diciembre de 1988

En nuestro camino de preparación a la Navidad hemos llegado al cuarto domingo de Adviento. Dentro de una semana celebraremos la fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor.

En la Misa de hoy la Iglesia nos hace meditar en la fe de María, recordándonos el elogio que le dirigió su pariente Isabel: "¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1, 45).

Sentimos que este episodio del Evangelio de Lucas, leído en la perspectiva de la Navidad, es una invitación y una advertencia para que fortalezcamos también nuestra fe en la verdad de Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo Eterno, que se hace carne en el seno de la Virgen para habitar entre los hombres y darles la gracia y la verdad (cf. Jn 1, 14. 17). Las palabras de Isabel nos recuerdan que la Virgen es bendita precisamente porque al anuncio del Ángel, mensajero de la voluntad de Dios Padre, respondió con la obediencia de la fe, abandonándose totalmente a Dios. María ha prestado verdaderamente al Señor el obsequio de su mente y voluntad, muy consciente de que en el momento del anuncio se cumplían las promesas hechas a los padres del pueblo elegido y disponiéndose con generosidad incondicional a la perfecta colaboración en el proyecto divino.

En esta última etapa del Adviento meditamos sobre la fe con la que María se preparó para acoger, creyendo firmemente, a Aquel que debía nacer de Ella; el Santo, el Hijo de Dios.

Que estos sentimientos de fe sean los que guíen también la preparación del belén en todas vuestras casas. Esta sugestiva tradición hace revivir ante nuestros ojos, por medio de figuras artísticas, o de carácter popular, el misterio de Belén. En la construcción del belén somos llevados idealmente a la gruta donde el Verbo de Dios quiso nacer en la humildad y en el escondimiento. También nosotros, como María y José, y los pastores, nos acercamos en espíritu de adoración al Salvador, nacido en la noche santa.

Estoy muy feliz de bendecir las estatuitas del Niño Jesús que los pequeños de Roma, siguiendo una tradición muy bonita traen en sus manos hoy aquí, a esta plaza, para ponerlos después en los pesebres de sus casas.

Queridos niños, sed también vosotros como los pastores de Belén mensajeros y testigos de la belleza y bondad de Jesús. Sedlo en vuestra familia, con vuestros amigos y en el colegio.

Rezad para que la próxima Navidad traiga alegría y paz a vuestras casas y las de todos los niños del mundo, recordando de manera especial a aquellos que les falta casa precisamente en estos días, a causa de las calamidades desastrosas que han afectado su tierra.

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