Ángelus del domingo 18 de noviembre

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Domingo 18 de noviembre de 1979

1. Hoy quisiera daros la primicia de una gran noticia: el Papa irá próximamente a Oriente. Al final de este mes iré a Turquía. Visitaré primeramente Ankara, la capital de ese gran país, donde tendré un encuentro con las autoridades de esa nación y les presentaré mi deferente saludo. Luego a Estambul, para visitar a Su Santidad el Patriarca Dimitrios I, y para participar en la celebración de la fiesta de San Andrés Apóstol, el hermano de Pedro. San Andrés es el Patrono de la Iglesia de Constantinopla. De este modo el hermano responde a la invitación del hermano: Pedro a la invitación de Andrés. Los dos responden ―en conformidad con las múltiples voces de nuestra época― a la invitación del Señor para bien de la cristiandad y de la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo.

Esta visita es importante. Demuestra concretamente la decisión del Papa, afirmada ya muchas veces, de llevar adelante el esfuerzo hacia la unidad de todos los cristianos. Esta ha sido una de las principales finalidades del Concilio. Es una exigencia urgente hoy más que nunca. Se han registrado grandes progresos, pero no podemos estar contentos. Debemos realizar plenamente la voluntad de Cristo. Estamos en vísperas de comenzar un diálogo teológico con las venerables Iglesias ortodoxas, con miras a superar juntos las divergencias que todavía existen entre nosotros. Con esta visita quiero mostrar la importancia que la Iglesia católica da a este diálogo. Quiero expresar mi respeto, mi profunda caridad fraterna hacia todas esas Iglesias y a sus Patriarcas, pero sobre todo al Patriarcado ecuménico, al que la Iglesia de Roma está ligada por muchos vínculos seculares que en estos últimos años han cobrado nueva fuerza y actualidad, gracias a la acción sabia y valiente del grande y venerado Patriarca Atenágoras y de mi gran amado predecesor el Papa Pablo VI.

Iré también a Efeso, el lugar donde en el año 431 el III Concilio Ecuménico proclamó a la Virgen María: Theotokos, Madre de Dios, y donde todavía se la venera y reza en un santuario antiguo.

Quisiera también que este viaje recordase a todos y a cada uno de vosotros, a cada uno de los fieles de la Iglesia, el sagrado deber de trabajar por la unión. Cada católico debe hacerlo al menos con la oración y con la conversión del corazón, como lo ha pedido el Concilio.

Encomiendo este viaje y su éxito a vuestra oración, a la oración de cada uno de vosotros.

2. Quisiera evocar después, en este momento, también las reuniones cordiales tenidas hace algunas semanas, con los obispos de Perú, que vinieron para su "Visitaad Limina Apostolorum".

Esa nación del continente latinoamericano cuenta con cerca de 14.000.000 de habitantes, en su mayoría católicos, y tiene una rica tradición de santidad y vida cristiana. Y también en ella produce frutos visibles, especialmente gracias al compromiso apostólico, generoso y fiel de 3.000 sacerdotes y religiosos, la obra de profundización espiritual y de renovación pastoral promovida por sus beneméritos 58 prelados, entre ellos el cardenal arzobispo de Lima, en las numerosas circunscripciones en que está organizado el país eclesiásticamente.

Hay allí consoladores signos de nueva floración de vocaciones sacerdotales y religiosas, que dan una gran esperanza para el futuro de la Iglesia en Perú.

Invoquemos juntos sobre esta nación, por la intercesión de la Virgen, los dones celestes de la prosperidad y de la paz.

3. Hoy se celebra en Italia la "Jornada de la Emigración". Fue instituida con la finalidad de hacer reflexionar sobre la difícil, y a veces dramática, situación de tantos trabajadores que, para procurar el sustento necesario a su familia, se ven obligados a dejar la propia patria o la propia ciudad.

En el marco del Año Internacional del Niño, este año se ha querido atraer la atención sobre el tema "Escuela sin fronteras", esto es, sobre la necesidad de una escuela cada vez más sensible y abierta a las múltiples exigencias culturales, sociales y espirituales de los pequeños emigrados o inmigrados.

Deseo que todas las comunidades eclesiales y las organizaciones civiles encargadas de esto, pongan en el centro de su activo interés este urgente problema según el espíritu del Evangelio (cf. Mc 9, 36; Mt 18, 3), como también en conformidad con la Declaración de los Derechos del Niño proclamada por la ONU, ahora hace 20 años.

Y también por esta intención recemos, ahora, a la Virgen Santa.

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