Ángelus del domingo 18 de octubre de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de octubre de 1981

"Contad a los pueblos la gloria del Señor" (Sal 95, 3).

1. Hoy, domingo en que celebramos la Jornada mundial de las Misiones, nuestra oración común del Angelus hace referencia a esa misión y a ese anuncio, que fue llevado a Nazaret por el Arcángel Gabriel: Missus est ángelus... ad Virginem (Lc 1, 26-27), como leemos en el Evangelio de San Lucas, cuya fiesta celebramos hoy, 18 de octubre. He aquí que el Hijo es enviado por Dios que "tanto amó al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16). Y he aquí que luego, este Hijo, después de haber completado su misión en el misterio pascual, envía a los Apóstoles. Les dice: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15); "id..., enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 27). Las últimas palabras de Jesucristo antes de su retorno al Padre, constituyen un "mandato misionero".

2. Ese mandato misionero que la Iglesia ha cumplido a través de los siglos, desde los tiempos apostólicos permanece continuamente en vigor. Lo ha puesto de relieve el Concilio Vaticano II por medio de la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium y, luego mediante el Decreto sobre las Misiones Ad gentes.

Este domingo está dedicado de modo particular a las misiones, a fin de que renovemos en nosotros mismos la conciencia de tener todos parte en las tareas de las misiones y de los misioneros de la Iglesia. En la víspera de esta importante Jornada ha tenido lugar una asamblea especial, que ha reunido a todos los miembros de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

Me es grato recordar, a este propósito, que ellos han tratado un problema muy actual, como es el de la familia en el contexto misionero, con las oportunidades y también las dificultades que hoy se advierten al encarnar en las varias culturas el designio de Dios Creador y Redentor sobre la comunidad conyugal. Debo elogiar también el trabajo que ha sido desarrollado, porque enriquece de contenido la Jornada de hoy.

3. Pudiendo orar hoy juntamente con vosotros, queridos hermanos y hermanas reunidos en la plaza de San Pedro, deseo que esta oración nuestra llegue a cada uno de los puestos de misión en todo el orbe terrestre. Que ella nos ayude a ponernos en íntimo contacto con cada misionero y misionera, obispo, sacerdote, religioso y religiosa, con tantos laicos que trabajan con no menor dedicación en las misiones, prestando múltiples servicios. Deseo dirigirme también ahora, con el pensamiento y el corazón, a las inestimables falanges de los catequistas y las catequistas, sobre cuyos hombros se apoya una parte tan fundamental del trabajo misionero.

Hay también otras falanges, las cuales, aun no estando en tierras de misión, consagran sus energías a la causa del anuncio del Evangelio: pienso en los numerosos miembros y dirigentes de las Obras Misionales Pontificias, y también en otros cristianos ejemplares que promueven diversas formas de cooperación "por las misiones".

Deseo que en los corazones de todos los que de cualquier modo sirven a las misiones resuene hoy, mediante nuestro Ángelus, ese jubiloso anuncio: Dios amó tanto al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que el mundo fuese salvado por Él (cf. Jn 3, 16).

4. Durante la semana pasada se ha abierto el año conmemorativo del IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús. El cardenal Anastasio Ballestrero ha presidido, en calidad de Enviado Especial mío, las celebraciones inaugurales en la ciudad de Alba de formes, donde reposa el cuerpo de la Santa, y en Ávila, su ciudad natal. Santa Teresa es la primera mujer que ha sido proclamada Doctora de la Iglesia.

Deseo de corazón que el año conmemorativo, recién inaugurado, suscite un renovado interés por la figura de esta gran Santa, de manera que numerosas falanges de almas alimentadas espiritualmente por su doctrina, se inflamen en el vivo deseo de avanzar generosamente por los caminos de la santidad.

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