Ángelus del domingo 19 de febrero de 1989

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 19 de febrero de 1989

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En la plegaria mariana de este II domingo de Cuaresma, vamos a detenernos en el segundo misterio doloroso del rosario: Jesús es flagelado.

El Evangelista San Lucas subraya hasta tres veces las torturas a las que fue sometido Jesús antes de sufrir la pena capital.

En primer lugar, antes de comparecer ante el Sanedrín: "Los hombres que lo tenían preso se burlaban de Él y lo golpeaban, y cubriéndolo con un velo le preguntaban: '¡Adivina!: ¿Quién es el que te ha pegado?'. Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas" (Lc 22, 63-65). Aquel, al que le correspondía más que a nadie el título de "profeta", o sea, de hombre que habla en nombre y con el poder de Dios, es escarnecido precisamente en su realidad personal más profunda: ser Él la misma Palabra de Dios.

También en el encuentro con Herodes Antipas se repite una escena análoga: "Herodes, con su guardia, después de despreciarlo y burlarse de Él, le puso un espléndido vestido y lo remitió a Pilato" (Lc 23, 11).

Y ante Pilato, por tercera vez, Lucas hace notar: "Pilato dijo: Así que lo castigaré y lo soltaré" (Lc 23, 16).

2. San Marcos describe este castigo: "Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarlo, para crucificarlo" (Mc 15, 15).

La flagellatio romana, que realizaban algunos soldados provistos del flagellum o del flagrum ―tiras de cuero que llevaban al extremo unos nudos o cuerpos contundentes―, era el suplicio reservado a los esclavos y a los condenados a muerte. Sus efectos eran terribles: con frecuencia el que la sufría quedaba exánime bajo los golpes.

Jesús no quiso ahorrarse ni siquiera este atroz sufrimiento: lo afrontó por nosotros.

3. Al meditar este segundo misterio doloroso del rosario, nos sentimos invitados a hacernos discípulos de Jesús sufriente. Él rezó por nosotros incluso con su propio cuerpo, sometiéndolo a sufrimientos indecibles, adhiriéndose así al designio del Padre. Hizo don de Sí mismo al Padre y a los hombres, manifestándonos a todos la insondable miseria humana y la extraordinaria posibilidad de renovación y de salvación, que en Él se nos ha dado.

A ejemplo de Jesús, también nosotros hemos de rezar con nuestro cuerpo. Esas opciones nuestras que implican comportamientos comprometidos y difíciles ―como la castidad según el estado de vida, el servicio de asistencia a los hermanos, y cualquier otra actividad físicamente fatigosa―, se convierten en oración y sacrificio que ofrecer a Dios en unión redentora con los "sufrimientos de Cristo" (Col 1, 24).

Acojamos, pues, la "flagelación" que nos hace experimentar cada día la sobriedad personal y el ejercicio de la caridad cristiana. Ella es fruto y don del misterio doloroso de Jesús, que nos estimula, nos compromete, nos transforma interiormente.

La Virgen Dolorosa conforte nuestro esfuerzo con su intercesión.

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