Ángelus del domingo 2 de octubre de 1988
JUAN PABLO II
ÁNGELUSDomingo 2 de octubre de 1988
Durante este mes de octubre, en el que se celebra la fiesta del santo rosario, la Iglesia nos exhorta a reavivar en nuestro espíritu el amor a dicha plegaria mariana.
Quiero fijar la atención en este ejercicio piadoso, tan enraizado en el corazón del pueblo cristiano y tan recomendado por mis predecesores, los cuales favorecieron su difusión, ilustrando sus aspectos teológicos y espirituales, como oración de alabanza y de súplica. El Papa León XIII escribía en su Encíclica Octobri mense: "Si los fieles meditaran devotamente y contemplaran estos augustos misterios, en la forma debida, tendrían en ellos una ayuda admirable, tanto para alimentar la propia fe como para elevar y fortalecer el vigor de su espíritu".
Efectivamente, rezar el rosario significa introducirse en la escuela de María y aprender de Ella, Madre y discípula de Cristo, cómo vivir en profundidad y plenitud las exigencias de la fe cristiana ―Ella fue la primera creyente― y de la vida eclesial, pues en el Cenáculo Ella fue el centro de unidad y de caridad entre los primeros discípulos de su Hijo.
2. En la recitación del santo rosario no se trata tanto de repetir fórmulas cuanto, más bien, de entrar en coloquio confidencial con María, de hablarle, de manifestarle las esperanzas, confiarle las penas, abrirle el corazón, declararle la propia disponibilidad para aceptar los designios de Dios, prometerle fidelidad en toda circunstancia, sobre todo en las más difíciles y dolorosas, seguros de su protección y convencidos de que obtendrá de su Hijo todas las gracias necesarias para nuestra salvación.
Recitando el santo rosario contemplamos a Cristo desde una perspectiva privilegiada, o sea, desde la misma de María, su Madre; es decir, meditamos los misterios de la vida, de la pasión y de la resurrección del Señor con los ojos y corazón de quien estuvo tan cerca de su Hijo.
Seamos asiduos en la recitación del rosario tanto en las comunidades eclesiales, como en la intimidad de nuestras familias: él, con la secuencia de sus repetidas invocaciones, unirá los corazones, rescatará el hogar doméstico, fortalecerá nuestra esperanza y obtendrá a todos la paz y la alegría de Cristo nacido, muerto y resucitado por nosotros.
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