Ángelus del domingo 20 de septiembre de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de septiembre de 1981

1. "El reino de los cielos es semejante a un amo de casa que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña..." (Mt 20, 1).

Con estas palabras comienza el pasaje evangélico de la liturgia de hoy. La tan conocida parábola de los trabajadores de la viña contiene en sí muchos temas. Entre éstos es fundamental la idea de que es Dios quien llama al hombre al trabajo y que el trabajo debe contribuir a la plasmación continua del mundo según el proyecto del mismo Dios. Todo tipo de trabajo humano, todas sus variantes, están incluidas en la parábola evangélica.

En el punto de partida esta parábola incluye la llamada al hombre a redescubrir el significado del trabajo, teniendo presente el designio salvífico de Dios.

2. ¿Qué es el trabajo humano?

A este interrogante hay que dar una respuesta articulada. Ante todo es una prerrogativa del hombre-persona, un factor de plenitud humana que ayuda precisamente al hombre a ser más hombre. Sin el trabajo no sólo no puede alimentarse, sino que tampoco puede autorrealizarse, es decir, llegar a su dimensión verdadera. En segundo lugar y consecuentemente el trabajo es una necesidad, un deber, que da al ser humano, vida, serenidad, interés, sentido. El Apóstol Pablo advierte severamente, recordémoslo: "el que no quiere trabajar, no coma" (2 Tes 3, 10). Por consiguiente, cada uno está llamado a desempeñar una actividad sea al nivel que fuere, y el ocio y el vivir a costa de otros quedan condenados. El trabajo es, además, un derecho, "es el grande y fundamental derecho del hombre", como dije hace dos años en Polonia, en Nowy Targ. En cuanto tal, debe ser mantenido y salvaguardado por la sociedad también cuando entre en conflicto con otros derechos. Bajo estas condiciones, el trabajo llega a ser igualmente un servicio, de tal modo que "el hombre crece en la medida en que se entrega por los demás" (A los agricultores de Legazpi City, 21 de febrero de 1981). Y de esta armonía se beneficia no sólo el individuo sino también, y sobre todo diría yo, la misma sociedad.

3. Estos son solamente algunos pensamientos sobre el tema acerca de la naturaleza del trabajo humano. Los ponemos juntos aquí haciendo referencia a la llamada del amo de casa que sigue saliendo a contratar obreros para su viña para la jornada, como dice la parábola evangélica. Recordemos que en su mismo punto de partida esta parábola contiene la invitación al hombre a que encuentre su significado último en el designio salvífico de Dios, sea cual fuere el tipo de trabajo que desarrolle. Y oremos para que crezca y se ahonde en cada hombre la conciencia de este significado. Pues según el designio de Dios, con el trabajo no sólo debemos dominar la tierra, sino también alcanzar la salvación. Por tanto, al trabajo está vinculado no sólo la dimensión de la temporalidad, sino también la dimensión de la eternidad.

4. Se celebra este año el cuatrocientos cincuenta aniversario de la aparición de la Madre de Dios en Guadalupe, México, a cuyo santuario tuve la alegría de ir como peregrino en los primeros meses de mi pontificado. No ceso de encomendar en la oración a la Virgen, que se venera en ese santuario como Señora y Reina de América, y especialmente de América Latina, a todas las naciones y pueblos de ese gran continente. Lo hago escuchando el eco de los sucesos, inquietantes a veces, y compartiendo las preocupaciones de los obispos y sacerdotes a quienes estoy unido en el ministerio pastoral.

Deseo invitar hoy a todos a unirse a esta oración. En particular invito a encomendar a la Madre de Dios a nuestros hermanos y hermanas repetidas veces probados por el dolor en El Salvador, pidiendo que llegue a reinar la paz interna, tan deseada en una sociedad donde varios miles de hombres y mujeres (entre ellos un arzobispo, mons. Romero) han sufrido la muerte, víctimas de luchas fratricidas.

Suscitan también inquietud y dolor los casos de muertes y secuestros de varios sacerdotes en Guatemala. Confiando a la Misericordia divina a todos los difuntos, me uno al llamamiento de la Conferencia Episcopal Guatemalteca, que invita a procurar una paz interna, estable y segura, y garantizar a la Iglesia la libertad en su misión pastoral.

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