Ángelus del domingo 21 de septiembre de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de septiembre de 1980

1. Deseo saludaros a todos vosotros, romanos y peregrinos, reunidos en la plaza de San Pedro. En el curso de estos dos últimos meses, el lugar de nuestros encuentros para el "Angelus" ha sido Castelgandolfo. Por esto, al saludar a los presentes, quiero, al mismo tiempo, dar las gracias a todos los que, tan gustosamente y en número tan grande, se han reunido para nuestra oración dominical en el lugar de la residencia veraniega del Papa. Esta comunidad cordial y verdaderamente familiar ha sido para mí siempre fuente de alegría y de consuelo espiritual. El Señor recompense a los ciudadanos de Castelgandolfo y a todos los visitantes que se han ido sucediendo durante las vacaciones. Al reanudar, desde hoy, en Roma la oración dominical, me place recordaros, ante todo, queridos hermanos y hermanas, estas palabras de Jesucristo: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20).

2. Oremos hoy de modo particular para que el Señor esté en medio del Sínodo de los Obispos, que comienza sus trabajos el próximo viernes, 26 de septiembre. El tema de la sesión ordinaria del Sínodo es, como es sabido, Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo. Teniendo presente el carácter peculiar de este tema, ha parecido justo y conveniente que, además de los obispos, teólogos y pastores de almas, participen en esta sesión también los laicos, y en particular los representantes de las familias, es decir, los esposos cristianos.

Los deberes de la familia cristiana brotan de su participación en la misión del Pueblo de Dios. Y se trata de deberes tan fundamentales -ante la Iglesia como ante la sociedad: Nación y Estado-, que ninguna otra institución puede sustituir o reemplazar a la familia. Dirijamos, pues, nuestra oración a Cristo, Buen Pastor, pidiéndole que conceda al Sínodo la gracia del testimonio auténtico y del discernimiento penetrante en este problema, que se planteará ya en el curso de la semana entrante.

3. La Iglesia desea servir al matrimonio y a la familia como a una particular comunión de amor y de vida. Este servicio es necesario. Es necesario en proporción a los deberes de la familia, pero también en la medida en que se ve amenazada. Hace una semana hablé, en mi visita para honrar a Santa Catalina de Siena, del problema social tan importante de la responsabilidad por la vida, y lo hice porque no podemos perder jamás la conciencia de que este problema es sobre todo un problema de responsabilidad moral y pastoral. Es un problema de cada una de las conciencias y, al mismo tiempo, de todas las conciencias. Para la Iglesia este problema tiene exigencias de naturaleza moral. Pero la Iglesia está también dispuesta a hacer todo para servir, en esto, a cada una de las familias y a toda la sociedad. La Iglesia no quiere juzgar a nadie, pero no puede dejar de dar testimonio de la verdad. La Iglesia sabe que todo atentado contra la vida del niño en el seno de la madre es un gran desquiciamiento de la conciencia. Es una gran desgracia. Es un gran dolor. La Iglesia, pues, quiere sobre todo ayudar, quiere servir.

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