Ángelus del domingo 22 de agosto de 1982

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUSDomingo 22 de agosto de 1982

1. "Cristo amó a su Iglesia" (Ef 5, 25).

Reunidos a mediodía para rezar el Ángelus, retornemos una vez más con el pensamiento a la liturgia de este domingo. Queremos sacar luz de la Palabra de Dios, y unirnos, mediante la oración, a Él que es la fuente de la verdad y de la vida de nuestras almas.

"Cristo amó a su Iglesia ―recuerda la liturgia de hoy, tomándolo de la Carta a los Efesios―, la amó y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla... y para colocarla ante sí gloriosa" (5, 25-27).

2. Al rezar el Ángelus, meditamos sobre el momento primero y decisivo de ese amor de Cristo a la Iglesia: es decir, a todos los hombres abrazados por la potencia de su misterio salvífico.

En virtud de este amor el Verbo se hizo hombre.

"El Verbo se hizo carne" como meditamos en nuestra oración. Por tanto, en ella meditamos sobre el amor de Cristo, del Verbo Encarnado, a la Iglesia en cada uno de los hombres. Meditamos sobre el amor de Cristo a cada uno de los hombres, que de cualquier modo es abrazado por el misterio de la Iglesia. Así nos enseña el último Concilio en la Constitución Lumen gentium.

Por esto, al orar, pedimos que en cada uno de los hombres despierte la conciencia de ser amado por Cristo crucificado y resucitado. Que despierte en cada uno la esperanza de la salvación eterna en Dios.

Y nosotros, aquí presentes, ¡cuántas gracias debemos dar a nuestro Señor por habernos amado en la Iglesia y por haberse entregado a sí mismo por nosotros!

3. De manera muy especial le damos gracias por habernos dado a María, la Madre de Dios. Hoy, octava de la Asunción, al recordar su coronación, su dignidad de Reina en Cristo, nuestros corazones rebosan de gratitud a la Santísima Trinidad. Damos gracias a Cristo ―expresándonos una vez más con las palabras de la Carta a los Efesios― que en Ella, Asunta, ha querido "presentarse a su Iglesia toda gloriosa, sin mancha..., sino santa e inmaculada".

Damos gracias por la gloria de María, por su eterna glorificación en Dios, por su coronación.

¡Bendita seas Tú, que eres la gloria de la Iglesia y de todo el Pueblo de Dios en la tierra!

4. Y así, haciendo referencia a la liturgia de hoy, desarrollamos ese diálogo santo de la oración y de la contemplación, siguiendo el concepto de las palabras de Simón Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Al rezar el Ángelus, queremos renovar en nosotros la potencia de las palabras de vida eterna que provienen de Cristo mismo. Sólo Él las tiene. Nadie más. Deseamos renovar en nosotros la potencia de sus palabras y la acción de este amor con el que nos ha amado en la Iglesia, entregándose a sí mismo. Robustecidos de este modo, deseamos vivir continuamente para alabanza de su Majestad Divina.

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