Ángelus del domingo 22 de junio de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 22 de junio de 1980

1. Reunidos una vez más en la plaza de San Pedro, en este solemne día de junio, pronunciaremos dentro de poco estas palabras: "Et Verbum caro factum est et habitabit in nobis". Pronunciaremos estas palabras inclinando profundamente la cabeza, para rendir veneración al misterio que expresan y que, de acuerdo con el contenido de ellas, se llama el "misterio de la Encarnación".

El Verbo Eterno, Unigénito Hijo del Padre Eterno, Dios de Dios, Luz de Luz, aceptó la carne de la Virgen de Nazaret y de ese modo se hizo hombre. Hombre semejante a cada uno de nosotros, semejante a cada uno de los hombres, prescindiendo de cualquier diferencia de raza, de lengua, de cultura, de civilización, de épocas históricas...

El Hijo de Dios se hizo hombre, a fin de que todo hombre ―sin tener cuenta de diferencia alguna, sólo porque es hombre― pueda convertirse en hijo adoptivo de Dios, hijo de Dios por la gracia y por el amor.

Se realizó el misterio de la Encarnación en María, en la Virgen de Nazaret, a fin de que todo hombre vea la salvación de Dios (cf. Lc 3, 6), a fin de que la obra salvífica de Dios se pueda "encarnar" en hombres siempre nuevos, y también en las siempre nuevas razas, tribus, pueblos, lenguas, naciones, culturas; en las siempre muevas épocas y generaciones.

2. Estos pensamientos acompañan nuestra oración sobre todo en este día en que han sido elevados al honor de los altares cinco Beatos, a los que la obra de la salvación debe su "encarnación" en la historia de los hombres y de los pueblos en los inmensos territorios de América Septentrional, Central y Meridional.

El Beato José de Anchieta nace en 1534 en San Cristobal de la Laguna (Tenerife, Islas Canarias). Entrado en la Compañía de Jesús, parte el año 1553 para el Brasil, que evangeliza con una actividad incansable. Muere en 1597, a los 63 años y merece el título de "Apóstol del Brasil".

La Beata María de la Encarnación (Guyart) nace en Tours de Francia, en 1599. Al quedar viuda, entra en el monasterio de las ursulinas y en 1639 se va como misionera al Canadá. En su larga vida demuestra que no existe contraste entre la búsqueda y contemplación de Dios y la actividad apostólica más decidida; por el contrario, ésta resulta estimulada, fecundada y animada por aquella. María de la Encarnación muere en 1672 a los 73 años.

El Beato Pedro de Betancur nace en 1626 en Chasna de Villaflor (Tenerife, Islas Canarias). A los 23 años deja su casa y marcha a Guatemala donde, como terciario franciscano, desenvuelve una intensísima obra caritativa en favor de los pobres, especialmente de los niños. Funda la congregación betlemita y muere en 1667, a los 41 años.

El Beato Francisco de Montmorency-Laval nace en 1623. Nombrado vicario apostólico de "Nueva Francia", desarrolla un incansable y fecundo apostolado en aquella zona que comprendía los inmensos territorios de dominio francés; es decir, casi la mitad del continente norteamericano. Muere, cargado de méritos, en 1708, a los 85 años.

La Beata Catalina Tekakwitha primera virgen iroquesa, nace en 1656 en la tribu Agniers o Mohawks, en la zona que corresponde hoy al Estado de Nueva York, pero luego se traslada a Canadá. Esta joven piel roja, pobre y analfabeta pero rica de la gracia de Dios y sabia con la sabiduría de la cruz, hace voto de perpetua virginidad y muere sin haber cumplido los 24 años. Nos demuestra que a los ojos de Dios tienen valor la fe viva y operante, la donación de sí mismo a la voluntad del Señor, el amor por el prójimo llevado hasta el sacrificio y el perdón.

3. En nuestra común oración en la plaza de San Pedro, rezando el "Ángelus" queremos expresar el gozo y la gratitud de toda la Iglesia por cada uno de estos Beatos y por todos juntos. Compartimos esta alegría especialmente con esas Iglesias y naciones del continente americano, en cuya evangelización tienen tan grandes méritos. Pensando en ello, damos gracias a Dios en la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el misterio de la Encarnación, por el hecho de que el Verbo se hizo carne. En efecto, ese Misterio es el fundamento y principio de la salvación de todos los hombres y de todos los pueblos. Dentro de una semana más o menos ―como sabéis― iniciaré mi peregrinación a Brasil, para participar, entre otras cosas, en el Congreso Eucarístico Nacional, que se celebrará en aquella gran nación católica. El haber solemnemente elevado hoy al honor de los altares al Beato José de Anchieta y a los otros Beatos y Beatas que fueron verdaderamente los adelantados de la edificación de la Iglesia en los diversos territorios de América, puede considerarse como una especial introducción y preparación para este próximo viaje apostólico, por el cual pido desde ahora vuestras fervientes oraciones.

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