Ángelus del domingo 23 de agosto de 1981
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 23 de agosto de 1981
1. "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué inescrutables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Él es origen, guía y meta del universo. A Él la gloria por los siglos" (Rom 11, 33-36).
Este himno resonó ininterrumpidamente en el Corazón de María durante el tiempo de su vida terrena y prosigue de modo incomparable en la eternidad que la acogió a través del misterio de la Asunción.
2. En el abismo de generosidad, sabiduría y conocimiento de Dios, y en sus decisiones insondables se funda el hecho de que Ella, que no es sólo llamada "la sierva del Señor", sino que lo fue realmente, tanto en el momento de la Anunciación que meditamos al rezar el Ángelus, como en el momento de su elevación a la gloria, Ella obtuvo una parte singularísima en su Reino. De esta elevación de María nos habla la reciente solemnidad de la Asunción y asimismo la liturgia de ayer de su "coronación" en la gloria: memoria de Santa María Reina.
¿Acaso no se ha hecho realidad en Ella ―y sobre todo en Ella― la verdad de que "servir" a Dios quiere decir "reinar"?
3. Tal "reinar" es el programa de vida cristiana que nos enseña Cristo. A este propósito encontrarnos una enseñanza espléndida en los documentos del Concilio Vaticano II, en particular en la Constitución sobre la Iglesia. Fijando, pues, la mirada en el misterio de la Asunción de María, de su "coronación" en la gloria, aprendemos diariamente a servir. A servir a Dios en nuestros hermanos. A expresar en nuestra actitud de servicio la "realeza" de nuestra vocación cristiana en todo estado o profesión, en todo lugar y tiempo. A traducir con esta actitud en la realidad de la vida diaria, la petición "venga a nosotros tu reino" que hacemos todos los días en la oración del Señor al Padre.
4. Que nuestra oración a María sea de nuevo un grito a la Reina de la Paz. Cada vez que aparecen en el horizonte de la vida de la humanidad, como ocurre por desgracia estos mismos días, signos que evocan del modo que sea la amenaza de la guerra en que vive cada país y cada nación, brote del corazón de todos los hombres de buena voluntad un deseo de paz más ardiente aun, un deseo capaz de superar la amenaza de guerra y destrucción.
Y un deseo tal se manifiesta cabalmente en la oración a la Reina de la Paz.
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