Ángelus del domingo 23 de marzo de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 23 de marzo de 1980

1. Peregrinando por tierras de San Benito, nos detenemos en este lugar para recitar juntos el "Ángelus": para meditar una vez más la verdad de la elevación del hombre en el misterio de la Encarnación de Dios. El hombre ha sido elevado, ha sido elevada la Virgen que, acogiendo la Palabra, responde:

"He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 38).

En esta concepción del Hijo de Dios y en su nacimiento de la Virgen María es elevado cada uno de los hombres.

Peregrinamos hoy ―V domingo de Cuaresma― a la tierra natal de ese hombre que acogió esta elevación en el misterio del nacimiento del Hijo de Dios de la Madre-Virgen. Ese hombre lleva el nombre de Benito ―esto es, de "Beato"―. Peregrinamos por tierras "del Beato", de Benito de Nursia, 1500 años después de su nacimiento.

2. Esta tierra ha sido recientemente afectada por un terremoto. La tierra ha temblado, han caído los viejos edificios y numerosas casas habitadas por los hombres. Estamos entre estos hombres, y juntamente con ellos oramos en el jubileo de San Benito.

En este tiempo tan solemne y especial, en el que la Iglesia recuerda las palabras del Señor: "cuantas veces hicisteis eso a unos de estos..., a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40), nadie olvide a los hombres, a los hermanos afectados por el terremoto, porque este es el tiempo de la conversión: la Cuaresma. Nosotros nos convertimos cada vez que hacemos a uno de nuestros hermanos lo que Cristo espera.

3. En este período de penitencia y de conversión, meditamos la verdad sobre el Verbo que no pasa jamás en esta tierra que pasa, "porque pasa la apariencia de este mundo" (1Cor 7, 31).

Pasa. Esta tierra era otra en los tiempos que en ella caminaba Benito de Nursia, otra en el curso de todos los siglos y de todas las épocas que están inscritas en la historia. Y otra es hoy. La misma tierra es distinta. Y los hombres que son hombres de la misma manera, son hoy otros hombres. Otra es la apariencia que dan los hombres a su mundo humano, y otro es el mundo en que viven. Y aun cuando nacen y mueren, conocen y aman, gozan y sufren ahora lo mismo que entonces, es distinto su conocimiento y son distintos sus sufrimientos.

Muchas veces ha pasado la apariencia del mundo junto con los hombres que la han formado aquí, en esta tierra, desde el tiempo en que nació en ella Benito, desde el tiempo en que, junto con él, comenzó a nacer también el nuevo rostro de esta tierra, y de tantas otras tierras alrededor.

En efecto, Benito fue santo. Fue el hombre del Espíritu. El Espíritu Santo renueva la faz de la tierra. La tierra pasa. Sólo el Espíritu Santo renueva la faz de la tierra. El Espíritu Santo, por obra de Benito de Nursia ha renovado la faz de esta tierra y de otras muchas tierras vecinas. La faz de la Italia y de Europa.

4. Hoy rezamos en esta tierra. Rezamos por Italia y por Europa en el lugar del nacimiento del Santo. Rezamos por los hombres y las familias, rezamos por los pueblos y por la Iglesia. Rezamos por la paz de Europa y de todas las demás partes del mundo. Rezamos por la libertad del hombre, que corresponde a la dignidad de sus ideas y de sus obras. Rezamos por la justicia social y por el amor verdadero, sin el cual la vida del hombre no respira a pleno pulmón. Rezamos para que cese esta terrible amenaza para el hombre, que los medios contemporáneos de destrucción llevan consigo, y la amenaza que se oculta en los corazones de los hombres prontos a matar y a destruir.

5. En esta jornada de reflexión y de plegaria contra la violencia y contra el terrorismo, promovida por la Confederación Episcopal Italiana, oramos al Señor para que conmueva los corazones y detenga la mano homicida de cuantos están implicados en las oscuras tramas del odio y de los delitos, y para que todos sientan el deber de colaborar con el fin de aislar estas absurdas atrocidades y el deber de testimoniar con su vida los valores inestimables de la paz, de la fraternidad y del amor mutuo. Lo que dije en Irlanda hoy lo repito a cuantos puedan estar implicados en el triste fenómeno del terrorismo: "la violencia es un mal, la violencia es inaceptable como solución de los problemas, la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe y de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano" (Homilía en Drogheda, 29 de Septiembre de 1979).

Como dice el mensaje del Consejo permanente de la Conferencia Episcopal Italiana para la Jornada de hoy: "Demasiada sangre y demasiadas lágrimas se han derramado ya. El camino justo es el del amor, que no supone debilidad, ni vileza: el amor es la única fuerza segura, la única fuente de vida, la única garantía de una auténtica y justa convivencia social".

San Benito, promotor de paz y de concordia en siglos que conocieron la división del odio y la barbarie, interceda para que desaparezcan las fuerzas del mal, que se desencadenan en el mundo y en los corazones, de manera que se renueve la faz de la tierra, de esta tierra; de este continente, del que él es patrono.

6. Oremos también por la Iglesia que, en medio de las pruebas de la tierra, busca su unidad en Cristo. Esta es su constante conversión. Particularmente en el momento presente de penitencia y conversión. ¡Que la Iglesia se convierta a Cristo, su Señor y Redentor, su Maestro y Esposo!.

San Benito ha sido, para esta tierra, el heraldo de la conversión de la Iglesia. Enseño a leer los signos de los tiempos que pasan, para entender y poner en práctica la Palabra de Dios que no pasa.

La Iglesia se convierte a Cristo cuando lee los signos de los tiempos, pero no cuando se hace semejante a "este mundo" que pasa. Efectivamente, el Apóstol dice: "No os conforméis a este siglo (Rom 12, 2) que pasa..., haced lo que pasa conforme a la Palabra que no pasa.

Hemos venido en peregrinación a la tierra natal de San Benito con un ferviente deseo: que la Iglesia de nuestro tiempo se renueve con constancia en la Palabra que no fenece jamás.

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