Ángelus del domingo 25 de noviembre de 1990
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 25 de noviembre de 1990
Solemnidad de Cristo, Rey del universo
Queridos hermanos y hermanas:
1. Con la solemnidad de Cristo Rey del universo concluye hoy el ciclo anual de las celebraciones litúrgicas con las que la Iglesia conmemora y revive los misterios de la vida del Señor: la encarnación del Verbo de Dios en el seno de María, su nacimiento, muerte y resurrección y el don del Espíritu Santo.
La Iglesia, en la proclamación de las Escrituras domingo tras domingo, ha escuchado con atención constante y fe viva las palabras del Maestro. Ahora, al cabo de este camino espiritual, medita sobre su retorno a Cristo y sobre la realización plena del reino que Él predicó, y quiere renovar su propia fe en Jesús, Rey del universo.
Él es el Rey de bondad y donador de gracia que alimenta a su pueblo, y quiere reunirlo en torno a Él como un pastor que vela por su rebaño y recobra sus ovejas de todos los lugares donde estaban dispersas en los días de nubes y brumas (cf. Ez 34, 12).
2. La solemnidad de este día resume también toda la predicación de la Iglesia sobre el misterio de Cristo, de aquel que para nosotros es camino, verdad y vida, principio y modelo de una humanidad nueva, nacida de su pasión y de su sangre: una humanidad que desea que esté impregnada de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz. En Cristo Rey la Iglesia afirma, igualmente, que más allá de todo lo que cambia están las cosas permanentes y eternas (cf. Gaudium et spes, 10), un reino preparado para los que creen y aman.
También nosotros anunciamos hoy con toda la Iglesia: es necesario que Cristo reine (cf. 1 Co 15, 25). Estamos convencidos de que éste es el anuncio que todos esperan, incluso quizá sin darse cuenta. Por este motivo el anuncio se vuelve oración: pedimos a Cristo que construya su reino de amor en las circunstancias atormentadas de nuestra historia.
3. Lo pedimos a la luz de las palabras del Ángelus: «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros». Lo pedimos por la intercesión de la Virgen María, que fue la primera en creer en la palabra divina y en acogerla en su vida, entrando a formar parte de su reino, y que ahora nos precede en el camino hacia la comunión plena con el misterio de Cristo. En la fe de María Santísima buscamos el apoyo para nuestra fe (Redemptoris Mater, 10) y para nuestra peregrinación hacia la realización del reino de Dios.
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